Julián Miglierini
Enviado especial de BBC a El Salvador
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Un hombre muestra su camiseta con actitud desafiante: "Nadie va a intimidar a El Salvador", se lee en su pecho, en un anuncio del gobierno ubicado en carteles gigantes en distintos puntos de San Salvador.
La leyenda del cartel - parte de una campaña contra la violencia - parece adquirir un significado especial en un momento en que muchos en El Salvador parecen temer un posible derrame del conflicto del narcotráfico en México.
El primero en levantar la voz de alerta fue el propio presidente, Mauricio Funes, en abril pasado.
El ejército es una presencia insoslayable en las calles de San Salvador.
"Tenemos información de que han entrado a El Salvador con fines exploratorios", dijo Funes en referencia a los carteles de la droga mexicanos que, ante lo que llamó "la efectividad de la política" del presidente de México, Felipe Calderón, estaban buscando nuevas bases para sus operaciones.
Desde entonces, el posible despliegue de organizaciones como los Zetas en territorio salvadoreño y su posible colusión con las maras o pandillas locales es seguido atentamente por las fuerzas de seguridad.
clic En imágenes: Pandilleros tras las rejas
"Hemos tenido información de pandilleros que están siendo instrumentalizados u operan en el desplazamiento de drogas o dinero del corredor de la droga hacia los EE.UU., pasando por México", dijo a BBC Mundo Douglas García Funes, jefe del Centro Regional Anti Pandillas basado en El Salvador.
¿Más violencia?
Se calcula que hasta unos 15.000 jóvenes participan en las maras o pandillas.
El Salvador cuenta con el dudoso privilegio de ubicarse entre los tres países del mundo con el mayor número de homicidios per cápita.
Gran parte de esa violencia es atribuida a la presencia de las "maras", las pandillas nacidas entre inmigrantes salvadoreños en Los Angeles en la década del 80.
Desde entonces, con la deportación de varios de ellos, las "maras" se han transformado en el principal problema de seguridad en El Salvador.
Algunas estimaciones aseguran que unos 15.000 jóvenes - hombres y mujeres - pertenecen a una u otra pandilla, y en algunas familias ya está vigente una tercera generación de pandilleros.
Con el control territorial que tienen los "mareros" en algunas zonas de El Salvador, la incertidumbre reside en la forma de colaboración o confrontación que éstas puedan tener con la posible llegada de carteles mexicanos.
Además, un incidente en junio pasado marcó un quiebre en la política del estado hacia las pandillas.
Un grupo de pandilleros incendió un microbús lleno de pasajeros en un distrito de la capital. Diecisiete personas murieron quemadas en un acto que el gobierno, en ese momento, definió como "un acto de terrorismo".
Poco después, el gobierno de Mauricio Funes impulsó una severa "ley anti-maras" que criminaliza la mera pertenenencia a las pandillas y su financiamento a través de la extorsión.
El incedio de un bus y la muerte de 17 personas incentivó al gobierno salvadoreño a actuar con mano dura.
Sin embargo, esa ley todavía no está siendo aplicada en su totalidad debido a un debate político sobre su alcance.
Por otra parte, durante el gobierno actual, se han desplegado más de 6.000 soldados - casi la mitad del ejército - en diferentes puntos "calientes" del país, desde los pasos fronterizos, a las cárceles y a las zonas donde hay mayor presencia de pandillas.
Muchos interpretan este endurecimiento de la posición del estado como una preparación frente a la amenaza que representaría una presencia nutrida de narcotraficantes mexicanos en el país.
"Ciertamente hay preocupación, pero lo que buscamos hacer es actuar de forma preventiva", dijo a BBC Mundo el canciller salvadoreño, Hugo Martínez.
Crueldad
Quizás la persona en El Salvador que conoce mejor los extremos de la violencia es Israel Ticas, un forense del ministerio público salvadoreño.
Es el único funcionario a cargo de la exhumación de los cadáveres hallados en cementerios clandestinos donde las pandillas entierran a sus víctimas: ya ha sacado a la luz 38 pozos en todo el país.
Su oficina en la capital está empapelada de fotos de sus macabros hallazgos, difíciles de digerir para un observador casual.
El forense Israel Ticas debe lidiar con los restos de una violencia inaudita.
Torturadas, decapitadas, mutiladas, degolladas: el nivel de violencia que muestran las víctimas de las maras alcanza niveles espeluznantes.
Y la crueldad es cada vez más profunda.
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"En los últimos años las pandillas se han sofisticado" en su forma de enterrar los cuerpos de sus víctimas, asegura Ticas.
"Los esconden más y nos cuesta más encontrarlos; ahora dejan un cuerpo mutilado en un lado y la cabeza la dejan a cinco kilómetros".
Es difícil imaginar cómo esa violencia podría empeorar por la llegada de carteles mexicanos a El Salvador - y por eso la combinación de maras