La mujer recuerda los carteles en los que se ordenaba a los residentes que estuvieran en la Umschlagplatz a las 11 de la mañana. Cualquiera que desobedeciera, sería disparado.
Mucha gente, dice, hizo fila voluntariamente. Los alemanes dijeron a los habitantes del gueto que los mandaban a campos de trabajo en el este de Polonia, donde podrían huir de la miseria. Es más, les contaban que allí habría comida gratis.
"A la gente le ofrecían, creo, dos rebanadas de pan, algo de margarina o un poco de azúcar si acudían a Umschlagplatz. Nadie podía imaginar que iba directo a una cámara de gas".
Los primeros en marchar fueron aquellos con menos capacidad de resistencia, los ancianos, los enfermos, los menores de 12 años.
Este grupo incluía, de las personas que estaban en el apartamento de Janina, a una frágil joven de nombre Rachel.
"A la gente le ofrecían, creo, dos rebanadas de pan, algo de margarina o un poco de azúcar si acudían a Umschlagplatz. Nadie podía imaginar que iba directo a una cámara de gas"
Janina Dawidowicz
Cuando Rachel no regresó a casa y Janina vio que faltaba su ajuar, comprendió dónde había ido la joven.
"Los siguientes fueron nuestros caseros. Se llevaron todos los cacharros de la cocina, cacerolas y sartenes, grandes paquetes hechos con una sábana, apenas podían caminar. Pero se fueron. Se despidieron con la mano y prometieron escribir cuando llegaran al este".
El gueto se había creado como un corral de reserva de judíos en noviembre de 1940.
La extensa población judía de Varsovia, un tercio de la ciudad, fue confinada en un área muy pequeña, que fue amurallada.
A ellos se unieron más tarde decenas de miles de judíos de otras partes de Polonia, Hungría y otros países ocupados por Alemania.
"Escuchabas muchos idiomas distintos en la calle", recuerda Janina. "Yídish, polaco, húngaro, alemán,...".
Una familia acomodada
"Yo era una hija única muy bien cuidada por su niñera – terriblemente bien criada - ¡con guantes blancos para jugar en el parque! Mi madre había ido a la escuela en Zurich (Suiza), no sabía hervir un huevo cuando estalló la guerra".
Janina y sus padres se agolparon en una habitación diminuta, tan polvorienta que "podía escribir sumas en la pared", en la que había que secar las sábanas antes de ir a la cama.
Cocinaban sobre serrín entre dos ladrillos, y recogían agua de un grifo comunal. La comida era pan mezclado con serrín y patatas, una ración reducida a 108 calorías por día.
La prima de Janina, Rosa, tenía un niño pequeño muy vivaz, que lentamente se murió de hambre. Al igual que miles de niños del gueto, el pequeño de la prima Rosa dejó de caminar, se marchitó y falleció.
Desesperado por conseguir ingresos, el padre de Janina, Marek, obtuvo un puesto de trabajo en el servicio de Ley y Orden judío, la policía judía.
Deseos de mantener una vida normal
Entre 1940 y 1942, hubo tremendos
esfuerzos para tener en funcionamiento cocinas comunitarias en las que
se servía sopa y para cuidar a huérfanos cuyos padres habían muerto de
hambre o a causa de las enfermedades que se extendían por el gueto.
Muchos niños como Janina asistían a escuelas ilegales, con riesgo de ejecución instantánea para profesores y alumnos si eran descubiertos.
Había coros, conferencias de física y espectáculos de cabaret para recaudar dinero para servicios sociales. Las clases se impartían en cualquier disciplina desde cocina hasta la elaboración de flores de papel.
Una orquesta sinfónica tocó en el teatro, completada con las estrellas de la música al ritmo de las cuales toda Varsovia había bailado antes de la guerra.
La compañía discográfica polaca, Electro-Syrena, había sido de propiedad judía y había producido cientos de éxitos antes de 1939. Ahora, tanto músicos como técnicos vivían en el gueto – músicos de jazz como los Gold Brothers, Henryk y Artur, que dirigían el famoso club nocturno Adria.
Todo lo que tenían que hacer era sobrevivir a la guerra, se decía la gente, y la vida continuaría, quizá no como antes, pero al menos de alguna manera.
Muchos niños como Janina asistían a escuelas ilegales, con riesgo de ejecución instantánea para profesores y alumnos si eran descubiertos.
Había coros, conferencias de física y espectáculos de cabaret para recaudar dinero para servicios sociales. Las clases se impartían en cualquier disciplina desde cocina hasta la elaboración de flores de papel.
Una orquesta sinfónica tocó en el teatro, completada con las estrellas de la música al ritmo de las cuales toda Varsovia había bailado antes de la guerra.
La compañía discográfica polaca, Electro-Syrena, había sido de propiedad judía y había producido cientos de éxitos antes de 1939. Ahora, tanto músicos como técnicos vivían en el gueto – músicos de jazz como los Gold Brothers, Henryk y Artur, que dirigían el famoso club nocturno Adria.
Todo lo que tenían que hacer era sobrevivir a la guerra, se decía la gente, y la vida continuaría, quizá no como antes, pero al menos de alguna manera.
Marek escoltaba carros llenos de escombros fuera del gueto, y conseguía introducir, como contrabando, pequeñas cantidades de comida.
"Mi madre, mi abuela, decían: 'Oh, necesitamos nuevas cortinas en la sala de estar’", recuerda Janina.
"¡Las alfombras! Haremos que Sophie y Stephanie nos echen una mano. Nadie creía que esto continuaría. Francia había caído, pero estaba Inglaterra y la Unión Soviética y Estados Unidos… había todo un mundo. Por supuesto que iba a terminar".
En ese momento, era una apuesta razonable. No fue hasta el otoño de 1941 y el fracaso alemán en su entrada a la Unión Soviética que la política nazi cambió desde las fusilaciones masivas de judíos europeos hasta la exterminación intregral.
Durante julio y agosto de 1942, otros 6.000 judíos fueron enviados diariamente desde el gueto hasta Treblinka.
Para el final del verano, más de 250.000 personas habían desaparecido, muertas a las pocas horas de llegar a Treblinka.
Janina, como hija de policía, fue una de las pocas niñas supervivientes.
"Todo nuestro edificio de apartamentos estaba vacío. El padre de los gemelos que vivía sobre nosotros se lanzó por la ventana cuando llegó a casa y no encontró a los niños". Se llevaron a la tía de Janina, después a sus abuelos. Entonces la policía empezó a ser acorralada.
Huida a la Varsovia cristiana
En Varsovia la escondieron unas monjas católicas, que le cambiaron el nombre y ocultaron su identidad.
Sus padres quedaron atrás. No volvió a verlos nunca. Janina cree que su padre murió en el campo de exterminio de Majdanek. No sabe cómo o dónde mataron a su madre.
Finalizada la guerra, Janina encontró a un tío. Regresó a Kalisz, con la esperanza de reencontrar a alguien más. Esperó más de un año antes de rendirse.
Después de pasar dos años en una institución infantil, Janina se fue en un barco lleno de emigrantes para comenzar una nueva vida en Melbourne, Australia, donde consiguió un trabajo en una fábrica.
En Australia consiguió finalmente retomar su educación y se diplomó como trabajadora social.
Con nostalgia de Europa, se trasladó a Londres en 1958, donde empezó a escribir sus experiencias para poder darle un sentido a su vida.
Se convirtió en escritora y traductora, y ha vivido en Londres desde entonces.
La autobiografía de Janina, "Un cuadrado del cielo", está escrita bajo su seudónimo de Janina David.