8 de Julio de 2013 a la(s) 6:0 - Liliana Fuentes Monroy
Marchantes denunciaron aumento de las extorsiones y tres personas desaparecidas en ese municipio.
Organización. Las habitantes de Santiago de María hablan de organizarse para abordar los problemas de violencia.
“Es grave lo que se está viviendo, hay jóvenes desaparecidos, extorsiones han aumentado.”
César Ochoa
párroco iglesia San Martín
Portando pancartas y símbolos de la paz, los asistentes gritaron “paz, paz, paz”, cantaron y hasta llevaron una antorcha en el recorrido que fue presidido con la imagen de la Reina de La Paz, la cual fue cargada por jóvenes.
Una de las motivaciones para realizar la actividad es que hay tres personas desaparecidas desde hace tres meses, sin que las familias tengan informes de su paradero.
“Es grave lo que se está viviendo, hay jóvenes desaparecidos, las extorsiones han aumentado, ha empeorado la inseguridad; eso nos llevó como Iglesia a realizar esta actividad, para decirle a la gente que estamos presentes con una palabra de amor y paz”, comentó César Ochoa, párroco de la iglesia San Martín de Porres.
Los desaparecidos que mencionó Ochoa son, según la PNC, Mauricio Alexander Cortez, un obrero de 38 años reportado en abril, y Mario Ernesto Carranza, taxista de 30 años reportado en mayo; sin embargo, se supone que también hay una joven desaparecida, pero la policía no tenía “a mano” el reporte sobre ella.
Sobre Carranza, su taxi, placas A 436-379, apareció desmantelado en Cojutepeque, Cuscatlán.
Para Ochoa, por ahora lo primordial es que las fuerzas vivas de la localidad se organicen para prevenir la violencia.
“Vamos a convocar a las entidades de este municipio, porque hay que sentarse a realizar un plan en que todos participemos, que no sea la Iglesia la protagonista, sino todos, porque la violencia, el tema el tema de pandillas, es complejo. Tenemos que trabajar unidos, no cada quien por su lado”, indicó.
Las parroquias que convocaron ayer a la marcha fueron San Martín de Porres, Santa María y Catedral. Realizaron también un acto cultural que incluyó el recibimiento de una antorcha, símbolo de paz, la cual recorrió las principales calles de la ciudad y fue cargada por jóvenes.
Fueron ofrecidas rosas a la Virgen de La Paz, cantaron y bailaron por el cese de la violencia.
En el departamento de Usulután ha aumentado la criminalidad en los últimos días: la semana pasada una niña de cuatro años murió en medio de un tiroteo en la ciudad de Jucuapa; entre las víctimas de violencia se cuentan además cuatro mujeres, cuyos cadáveres fueron encontrados en Jiquilisco y en una zona semiurbana del departamento.
http://www.laprensagrafica.com/santiago-de-maria-pide-cese-de-la-violencia
El Papa clama en Lampedusa contra “la globalización de la indiferencia”
Francisco: "¿Quién de nosotros ha llorado por las jóvenes madres que llevaban a sus hijos sobre las barcas? Estamos anestesiados ante el dolor de los demás".
Miles de inmigrantes africanos y asiáticos irregulares llegan a la isla italiana todos los años
Pablo Ordaz
Lampedusa
8 JUL 2013
En la cuesta empinada que va del puerto a la parroquia, una mujer
joven se enjuga las lágrimas y le dice a su hija: “No lloré cuando te
parí y estoy llorando ahora”. La visita del papa Francisco
a Lampedusa, la pequeña isla del sur de Sicilia célebre por el
desembarco continuo de inmigrantes, había sido preparada con esmero. Una
corona de flores arrojada al mar de los naufragios. Un encuentro con inmigrantes africanos.
El altar de la misa, una patera. La cruz y el cáliz, trozos de las
barcazas azules que llegaron a la isla aquellas tres noches terribles de
la primavera de 2011 y cuyos esqueletos continúan —cementerio de la
memoria— junto al campo de fútbol. En vez de un lujoso coche oficial, un
jeep pequeño, viejo y prestado. Lo único que la alcaldesa socialista y
el párroco inquieto de esta isla de 5.000 habitantes no habían podido
prever eran las palabras de Jorge Mario Bergoglio. Y fue por esa rendija
por donde el Papa colocó sus golpes directos al corazón.
“¿Quién de nosotros ha llorado por la muerte de estos hermanos y hermanas, de todos aquellos que viajaban sobre las barcas, por las jóvenes madres que llevaban a sus hijos, por estos hombres que buscaban cualquier cosa para mantener a sus familias? Somos una sociedad que ha olvidado la experiencia del llanto... La ilusión por lo insignificante, por lo provisional, nos lleva hacia la indiferencia hacia los otros, nos lleva a la globalización de la indiferencia”.
Hay demasiados curas que solo hablan de lo divino en sus sermones, asegurándose de no pisar los callos del poder ni molestar demasiado a sus feligreses, que no están las iglesias como para espantar al respetable. Pero este argentino vestido de blanco ha llegado al Vaticano con ganas de pelea. Decidió que su primer viaje oficial fuera a Lampedusa para vestir de coherencia su discurso sobre la necesidad de que la Iglesia salga de su ensimismamiento y busque las periferias del mundo. Y lo hizo tan ligero de equipaje que pidió a los políticos y a los altos prelados que se abstuvieran de hacer el paseíllo —con lo que a unos y a otros les gusta— y rebajó la seguridad hasta tal punto que quienes quisieron acercarse a él lo pudieron hacer y él los recibió con gusto. Sus dos folios escasos de sermón fueron dinamita pura.
“¿Quién es el responsable de la sangre de estos hermanos? Ninguno. Todos respondemos: yo no he sido, yo no tengo nada que ver, serán otros, pero yo no. Hoy nadie se siente responsable, hemos perdido el sentido de la responsabilidad fraterna, hemos caído en el comportamiento hipócrita [..]. Miramos al hermano medio muerto al borde de la acera y tal vez pensamos: pobrecito, y continuamos nuestro camino, no es asunto nuestro, y así nos sentimos tranquilos. La cultura del bienestar, que nos lleva a pensar solo en nosotros mismos, nos convierte en insensibles al grito de los demás, nos hace vivir en pompas de jabón, que son bonitas, pero son inútiles, no son nada...”.
Si bien, después de apelar a las conciencias de cada uno, el papa Francisco quiso elevar el tiro. A la hora de elevar la plegaria a Dios, dijo: “Te pedimos ayuda para llorar por nuestra indiferencia, por la crueldad que hay en el mundo, en nosotros y en todos aquellos que desde el anonimato toman decisiones socioeconómicas que abren la vía a dramas como estos. Te pedimos perdón por aquellos que con sus decisiones a nivel mundial han creado situaciones que conducen a estos dramas”.
Desde hace años, las autoridades civiles y religiosas de Lampedusa reclaman atención sobre un drama que, de tan repetido, ya apenas merece unas líneas en los periódicos o unos minutos en la televisión. Solo cuando la situación es explosiva —aquellas noches de julio de 2011 donde miles de africanos desembarcaron en la isla— retorna la mirada hacia las cifras de espanto. Se calcula que en las últimas dos décadas más de 25.000 personas han perdido la vida en el Canal de Sicilia. De ellos, 2.700 durante 2011, coincidiendo con el conflicto de Libia. Ante la falta de reacción de las autoridades italianas y europeas, la alcaldesa de Lampedusa, Giusi Nicolini, envió el pasado mes de febrero una carta a la Unión Europea en la que se preguntaba: “¿Cuán grande tiene que ser el cementerio de mi isla?”.
Desde el pasado mes de mayo, contaba la alcaldesa, “ya me han entregado 21 cadáveres de personas que se ahogaron intentando llegar a Lampedusa. Es algo insoportable para mí y un enorme peso de dolor para la isla. Ya no tenemos ni sitio para enterrarles. No logro entender cómo esta tragedia puede seguir siendo considerada algo normal”.
En parecidos términos se dirigió el párroco de Lampedusa, Stefano Nastasi, a Jorge Mario Bergoglio en cuanto fue elegido Papa, invitándolo a viajar a la isla, situada a 205 kilómetros de Sicilia y a solo 113 de las costas de África, para que conociera de cerca el drama.
Aquella carta, y la noticia de los últimos naufragios —inmigrantes que se agarran a las redes de las almadrabas, otros dejados a su suerte por capitanes sin escrúpulos— influyeron en la decisión del Papa de viajar hacia la última frontera de Europa, hacia “la periferia”, hacia la intersección dramática entre quienes tienen de todo —los turistas que llegan a la preciosa isla del Mediterráneo para pasar sus vacaciones— y quienes se echan al mar apostando lo único que tienen.
http://internacional.elpais.com/internacional/2013/07/08/actualidad/1373270412_332935.html
“¿Quién de nosotros ha llorado por la muerte de estos hermanos y hermanas, de todos aquellos que viajaban sobre las barcas, por las jóvenes madres que llevaban a sus hijos, por estos hombres que buscaban cualquier cosa para mantener a sus familias? Somos una sociedad que ha olvidado la experiencia del llanto... La ilusión por lo insignificante, por lo provisional, nos lleva hacia la indiferencia hacia los otros, nos lleva a la globalización de la indiferencia”.
Hay demasiados curas que solo hablan de lo divino en sus sermones, asegurándose de no pisar los callos del poder ni molestar demasiado a sus feligreses, que no están las iglesias como para espantar al respetable. Pero este argentino vestido de blanco ha llegado al Vaticano con ganas de pelea. Decidió que su primer viaje oficial fuera a Lampedusa para vestir de coherencia su discurso sobre la necesidad de que la Iglesia salga de su ensimismamiento y busque las periferias del mundo. Y lo hizo tan ligero de equipaje que pidió a los políticos y a los altos prelados que se abstuvieran de hacer el paseíllo —con lo que a unos y a otros les gusta— y rebajó la seguridad hasta tal punto que quienes quisieron acercarse a él lo pudieron hacer y él los recibió con gusto. Sus dos folios escasos de sermón fueron dinamita pura.
“¿Quién es el responsable de la sangre de estos hermanos? Ninguno. Todos respondemos: yo no he sido, yo no tengo nada que ver, serán otros, pero yo no. Hoy nadie se siente responsable, hemos perdido el sentido de la responsabilidad fraterna, hemos caído en el comportamiento hipócrita [..]. Miramos al hermano medio muerto al borde de la acera y tal vez pensamos: pobrecito, y continuamos nuestro camino, no es asunto nuestro, y así nos sentimos tranquilos. La cultura del bienestar, que nos lleva a pensar solo en nosotros mismos, nos convierte en insensibles al grito de los demás, nos hace vivir en pompas de jabón, que son bonitas, pero son inútiles, no son nada...”.
Si bien, después de apelar a las conciencias de cada uno, el papa Francisco quiso elevar el tiro. A la hora de elevar la plegaria a Dios, dijo: “Te pedimos ayuda para llorar por nuestra indiferencia, por la crueldad que hay en el mundo, en nosotros y en todos aquellos que desde el anonimato toman decisiones socioeconómicas que abren la vía a dramas como estos. Te pedimos perdón por aquellos que con sus decisiones a nivel mundial han creado situaciones que conducen a estos dramas”.
Desde hace años, las autoridades civiles y religiosas de Lampedusa reclaman atención sobre un drama que, de tan repetido, ya apenas merece unas líneas en los periódicos o unos minutos en la televisión. Solo cuando la situación es explosiva —aquellas noches de julio de 2011 donde miles de africanos desembarcaron en la isla— retorna la mirada hacia las cifras de espanto. Se calcula que en las últimas dos décadas más de 25.000 personas han perdido la vida en el Canal de Sicilia. De ellos, 2.700 durante 2011, coincidiendo con el conflicto de Libia. Ante la falta de reacción de las autoridades italianas y europeas, la alcaldesa de Lampedusa, Giusi Nicolini, envió el pasado mes de febrero una carta a la Unión Europea en la que se preguntaba: “¿Cuán grande tiene que ser el cementerio de mi isla?”.
Desde el pasado mes de mayo, contaba la alcaldesa, “ya me han entregado 21 cadáveres de personas que se ahogaron intentando llegar a Lampedusa. Es algo insoportable para mí y un enorme peso de dolor para la isla. Ya no tenemos ni sitio para enterrarles. No logro entender cómo esta tragedia puede seguir siendo considerada algo normal”.
En parecidos términos se dirigió el párroco de Lampedusa, Stefano Nastasi, a Jorge Mario Bergoglio en cuanto fue elegido Papa, invitándolo a viajar a la isla, situada a 205 kilómetros de Sicilia y a solo 113 de las costas de África, para que conociera de cerca el drama.
Aquella carta, y la noticia de los últimos naufragios —inmigrantes que se agarran a las redes de las almadrabas, otros dejados a su suerte por capitanes sin escrúpulos— influyeron en la decisión del Papa de viajar hacia la última frontera de Europa, hacia “la periferia”, hacia la intersección dramática entre quienes tienen de todo —los turistas que llegan a la preciosa isla del Mediterráneo para pasar sus vacaciones— y quienes se echan al mar apostando lo único que tienen.
http://internacional.elpais.com/internacional/2013/07/08/actualidad/1373270412_332935.html
No hay comentarios:
Publicar un comentario