01.01.15
Francisco es sencillo. Es cercano. Saluda de beso. Da la impresión de desconocer su investidura. ¿Quién es?
Es un sacerdote que vulnera la distancia entre lo sagrado y lo profano. ¿Pero no es este el quicio de la religión? Para unos sí. Para otros no. Los cristianos se miran de reojo. ¿Qué esto? Es un Papa con una manera muy peculiar de entender el sacerdocio. En vez de marcar distancia, superioridad, se avecina, está siempre más cerca. ¿Y lo sagrado qué? ¿Terminará con los cálices de oro y el incienso ceremonial? Nadie se extrañe si lo hace. Como si con gestos muy pensados quisiera indicar por dónde van las cosas. Y por dónde no.
¿Está apurado? ¿Qué le pasa?
Bergoglio es un gobernante, un monarca, pero se comporta como un profeta. Extraño. Normalmente los profetas andan en las periferias refunfuñando contra los dirigentes, los presidentes, cualquier tipo de autoridad. Es cosa de tomar la biblia y ver sus comportamientos. Los profetas eran temidos por los grandes. Elías prometió a Ajab que los perros se comerían a sus hijos. El rey, de puro miedo, hizo penitencia por su pecado. Herodes le tenía pavor a Juan Bautista. Los profetas podían ser incluso muy impopulares. También la gente común solía esquivarlos.
El profeta al tirano le dice “tirano”. Habla más de la cuenta. Se le pasa la mano. Exagera. Remueve las conciencias. Es odioso, insoportable. Suele terminar mal. No así el falso profeta. Así se lo llama en el Antiguo Testamento. Dice “paz, paz”, cuando es necesario decir “guerra”. Adulador del príncipe. Amigo de cortesanos.
Pero Francisco es un profeta en el puesto de un papa. Todo al revés. ¿En qué terminará esta historia? Hay inquietud. ¡Qué hace un profeta de rey! Los obispos y otras autoridades siempre han debido aguantar a grandes y pequeños profetas que de tanto en tanto les están arrojando piedrecitas o peñascos. Ahora es el mismo Papa que les tira las orejas a ellos y a plena luz del día. Basta leer el Observatorio Romano. A cada rato Bergoglio lanza un dardo en contra de los curas o de los mismos obispos. Ahora último le ofreció un examen de conciencia en público a la Curia romana. ¿Cómo es posible gobernar así? La Curia puede perder la paciencia de un momento a otro. Si el Papa no frena a los profetas, ¿quién lo hará? Si el Papa aleona a los profetas, ¿quién frena a la Papa? En todas partes de la Iglesia el espíritu profético está en auge.
En una homilía Francisco arremetió contra los sacerdotes que ponen precio a los sacramentos. Un bautizo, tanto. Un matrimonio, tanto. “¡No puede ser!”, brama el Papa. Pero, ¿de qué van a vivir los curas?, dice la gente común. Al Papa le importa un bledo herir a inocentes y pecadores. A él le parece que esta situación contradice el Evangelio, y basta. El Papa-profeta enrostra a los funcionarios eclesiásticos su avidez por el dinero. A la gente le duele que se le niegue un sacramento, una bendición, por motivo de dinero. El Profeta-Papa golpeó la mesa. Al que le gusta, le gusta. Él está en línea con la praxis profética de Jesús. Nadie alegue. Todo calza.
Sin embargo, Francisco ha metido los dedos en el ventilador. ¿Cuántas pueden ser las relaciones entre el dinero y la religión? ¿Quién financia qué cosa? ¿Cuánto vale una misa? ¿Y un cura cuánto vale? La misa es gratis, el cura es gratis. Esto es lo que Bergoglio quiere enfatizar. El cristianismo es la religión del amor gratuito de Dios por los que nunca han merecido nada: los pobres y los pecadores. Es a estos que el reino de los cielos pertenece. Los ricos, diría Jesús, van camino al infierno no por ser ricos sino por poner tarifas a la salvación para luego comprar ellos, solo ellos, además de la tierra, el paraíso.
Los profetas están en peligro. Siempre se los quiere eliminar. El dinero es un ídolo de muerte. Benedicto XVI tuvo que renunciar cuando no pudo hacer más, entre otras cosas, contra los líos de platas de gente su entorno. El actual Papa ha querido identificarse con Francisco de Asís para reformar la Iglesia por la vía de la pobreza. ¿Lo logrará?
Debe recordarse -porque el mismo Papa se ha referido al episodio- que Jesús echó a latigazos del Templo a quienes habían convertido la religión en un negocio. El comercio chico era con palomas. El grande, con impuestos que iban en beneficio de la clase sacerdotal. ¡La bendición de Dios no se vende! Lo que Francisco no dice, pero lo afirman los estudiosos del Nuevo Testamento, es que este hecho desafiante de Jesús fue la gota que rebalsó el vaso. Se puede soportar casi todo. No que un profeta desenmascare el vínculo entre la religión y el dinero.
La Iglesia es gratis. No es normal que un profeta esté en el lugar de un monarca; no es corriente que un Papa diga que quiere una “Iglesia pobre y para los pobres”.
A algunos parecerá que todo andaría mejor si Francisco fuera más Papa que profeta. Más sacerdote al menos. No. Es profeta. Profeta de un cristianismo cansado, falto de rabia y de imaginación.
http://blogs.periodistadigital.com/jorge-costadoat.php/2015/01/01/iun-anti-papa-
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