Cuentan que una caravana, guiada por un beduino del desierto, desesperada y sedienta, y buscaba agua en los espejismos del desierto; y el guía les decía: "No por allí, por acá". Y así varias veces, hasta que, hastiada, aquella caravana, sacó una pistola y disparó sobre el guía, agonizante ya, todavía tendía la mano para decir: "No por allá sino por aquí". Y así murió, señalando el camino.
La leyenda se hace realidad: un sacerdote, acribillado por las balas, que muere perdonando, que muere rezando, dice a todos los que a esta hora nos reunimos para su sepelio, su mensaje que nosotros queremos recoger. Y es hermoso este cuadro, diríamos, de apocalipsis. Doscientos sacerdotes, por lo menos, están aquí de todas las diócesis de El Salvador, acompañando fraternalmente el dolor de la Arquidiócesis y, sobre todo, recogiendo este gran mensaje de Alfonso Navarro, sacerdote ya difunto, pero siempre predicando, porque la voz del sacerdote no muere. Y una parroquia aquí también reunida bajo la bóveda de la significativa Parroquia de la Resurrección, donde todo canta vida, alegría, esperanza, y donde feligreses, comunidades de otras partes, han venido también a recoger y se sienten como arropados, como en un hálito de alegría, de esperanza, de aleluya. Sobre un calvario de sangre una resurrección de esperanza.
Homilia de Mons. Romero en el funeral del P. Alfonso Navarro y Luis Torres.
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