Actualizando luego el testimonio del nuevo beato, el Papa destacó cómo su voz sigue «resonando hoy para recordarnos que la Iglesia, convocación de hermanos entorno a su Señor, es familia de Dios, en la que no puede haber ninguna división» y que «la fe en Jesucristo, cuando se entiende bien y se asume hasta sus últimas consecuencias, genera comunidades artífices de paz y de solidaridad». Así, pues, la exhortación a «quienes tengan a monseñor Romero como amigo en la fe», invocándolo «como protector e intercesor», a fin de que «encuentren en él fuerza y ánimo» para trabajar por «un orden social más equitativo y digno». Es más, «es momento favorable para una verdadera y propia reconciliación nacional». Y el Papa quiere ser partícipe de las esperanzas de los salvadoreños, uniéndose a sus oraciones, «para que florezca la semilla del martirio» de monseñor Romero y «se afiancen por los verdaderos senderos a los hijos e hijas de esa Nación» que lleva «el nombre del divino Salvador».
Por su parte el cardenal Amato puso de relieve que el mártir Romero es «luz de las naciones». En efecto, «si sus perseguidores desaparecieron en la sombra del olvido y de la muerte —destacó durante el rito— la memoria de Romero sigue dando consuelo a todos los desamparados».
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