sábado, 28 de noviembre de 2009
viernes, 27 de noviembre de 2009
El cantautor Víctor Jara recibirá un funeral 36 años después de su muerte
MANUEL DÉLANO - Santiago - 28/11/2009
La familia del cantautor y director teatral chileno Víctor Jara prepara un homenaje en su honor para el 5 de diciembre. Se trata del funeral masivo que no pudo tener cuando fue asesinado por los militares poco después del golpe que derrocó en 1973 al presidente Salvador Allende.
Los restos de uno de los artistas chilenos más universales, creador de Te recuerdo Amanda y El cigarrito, que hoy interpretan cantantes de la talla de Joan Manuel Serrat y Víctor Manuel, entre otros, serán nuevamente entregados a sus familiares. Esto se produce después de que un examen de peritos, ordenado por el juez que investiga este crimen, encontró más de 30 heridas de bala y huellas de torturas en los huesos de Jara.
El velatorio del cantautor comenzará el jueves 3 de diciembre con actos de homenaje que se extenderán durante día y noche de forma ininterrumpida hasta el sábado en el céntrico teatro que lleva su nombre. De esta manera, los chilenos podrán despedir a Jara en su segundo tránsito al Cementerio General de Santiago, donde será sepultado.
Su despedida se desarrollará con canciones, música, danza y lecturas de poesía, con el estilo del cantautor, que siendo pequeño acompañó a su madre a los velorios campesinos. Una manta roja cubrirá el ataúd, y el cortejo marchará a pie el sábado desde la Fundación Jara hasta el cementerio.
"Víctor pertenece al pueblo, a todos aquellos que han seguido y admirado su obra", afirmó Gloria Köning, directora ejecutiva de la Fundación Víctor Jara. "Acondicionaremos el lugar para que todos los artistas y las personas que deseen participar de este funeral lo puedan hacer dejando una flor, acompañándolo o rindiéndole un tributo", agregó.
Tras la exhumación del cuerpo, ordenada por el juez Juan Fuentes, sus restos fueron analizados por especialistas del Servicio Médico Legal (SML). Las muestras de su ADN y de sus familiares fueron enviadas al Instituto Genético de Innsbruck en Austria, donde confirmaron su identidad.
El informe médico del SML sostiene que los restos de Jara presentan "múltiples fracturas por heridas de bala que provocaron un shock hemorrágico en un contexto de tipo homicida". Algunas de sus lesiones óseas fueron provocadas por "objetos contundentes", sostuvo el director del SML, Patricio Bustos.
Hace 36 años, en septiembre de 1973, durante los primeros días de la dictadura del general Augusto Pinochet, al semiclandestino funeral del cantautor sólo pudieron asistir su viuda, Joan Jara, y dos personas más. Los restos del cantautor estuvieron a punto de perderse, como los de muchas otras víctimas.
Jara, un versátil creador, hijo de campesinos humildes, que militaba en el Partido Comunista, fue tomado prisionero por los militares en la Universidad Técnica del Estado, donde trabajaba, y permaneció con 600 estudiantes y profesores para defender el Gobierno de Allende. Los militares lo trasladaron al Estadio Chile, hoy bautizado como Víctor Jara, donde después de torturarlo lo acribillaron en el subterráneo del lugar, arrojando su cuerpo y los de otras víctimas junto al muro de un cementerio en el sur de la capital.
Reconocido por vecinos del lugar, fue trasladado al SML, donde quedó entre cientos de otros cuerpos. Un trabajador del Servicio Médico Legal avisó a la viuda y ésta pudo rescatar el cuerpo y sepultarlo.
La investigación judicial no ha dado todavía con todos los responsables del crimen. El conscripto José Paredes, que confesó haber disparado contra el cantautor y después se retractó, y el coronel Mario Manríquez, que dirigió el campo de prisioneros instalado en el Estadio Chile, están procesados por este caso.
jueves, 26 de noviembre de 2009
El pueblo de los irreductibles
Hace 23 años, el 20 de junio de 1986, una romería de harapientos salió de los montes, muertos de hambre, perseguidos, a buscar entre la maleza las ruinas de lo que quedó después de la gran destrucción. No había nada. Tal vez oculto en la breña un pedazo de un muro. O el agujero hondo de la explosión de una bomba. Vieron que no había nada, que había que hacerlo todo. Y decidieron quedarse.
Carlos Martínez
En 1981, el ejército lanzó una ofensiva que buscó aplastar a las bases de la guerrilla. El operativo era parte de una política titulada con un nombre que dejaba pocas dudas: “tierra arrasada”. Y de los pueblos del norte de Chalatenango quedaron solo escombros. Sus habitantes huyeron al monte, a esconderse. Y así pasaron cinco años de éxodo, jugándole la vuelta a la muerte, aprendiendo a comer semillas, moviéndose de un lado a otro. Hasta que el arzobispo monseñor Arturo Rivera y Damas organizó el retorno: propuso que los exiliados de todos los caseríos de la zona se juntaran y refundaran juntos un pueblo. Él mismo envió a algunos representantes para que acompañaran el proceso: tres monjas salvadoreñas y una española. Y así, de a poco, de entre los escombros apareció San José Las Flores y en él vivieron las gentes que lo reencontraron, y sus hijos, y los hijos de sus hijos... Resistieron la guerra y sus horrores y resistieron una paz que no era como se imaginaban.
Todos los años recuerdan aquel hecho fundacional, todos los años los viejos cuentan la historia, para que no se olvide, para que se herede. Cada vez que el pueblo se siente amenazado, recuerda que alguna vez, sus padres, o sus abuelos, eran gente que huyó por los montes hasta que decidieron llamarle hogar a este pedazo de tierra, y lo cuidaron, muchas veces, con la vida. Ahora San José Las Flores vuelve a estar rodeado. Es único en medio de un país que padece una epidemia galopante de homicidios. Los hijos de aquel éxodo se aferran a la historia, “al sueño”, dicen, de aquellos que bajaron de los cerros.
Los vigilantes y su sopa
Están los tres como brujas alrededor de su caldero. Tiran una ramita de esto y aprueban, una pizca de aquello y se alegran; revuelven todo y miran el efecto. Sumergen los rostros en el humo de su creación y se susurran consejos. Se distraen apenas un momento cuando toco la puerta -que está abierta- y el único que tiene las botas puestas se separa del grupo. Estoy en la delegación de policía de San José Las Flores.
Lleva su uniforme azul y el ruedo de su pantalón metido dentro de las botas, pero no va armado. No lleva ni una porra para apalearme si resultara yo un malhechor. Ya estoy dentro de la delegación cuando sale del traspatio y pasa a la “recepción”. Si de hecho fuera yo un pillo y le saltara al cuello, los refuerzos tendrían que calzarse, porque sus dos compañeros van en yinas y con camisetas de equipo de fútbol. Por supuesto, tampoco traen encima ni una piedra que lanzarme. El único agente vestido de agente se excusa. Él es nuevo, dice, y será mejor que hable con alguno de los cocineros.
Se miran a los ojos un segundo. ¿Quién saldrá? El que tiene la paleta para mover la sopa acelera el remolino, evidenciando su función trascendental. El otro se queda sin argumentos y sale con una camiseta roja -recuerdo de algún torneo de fútbol- y sus yinas. El agente Douglas Lemus toma posesión del único escritorio que existe en la delegación, se coloca frente a la máquina de escribir y adopta pose de funcionario.
-Aquí siempre tiene que haber alguien para cuidar la delegación.
-Así veo. ¿Pero hay alguien ahorita patrullando algún lugar?
-No, ahorita no.
La delegación está compuesta por seis agentes y un cabo, que trabajan en dos turnos diarios. De forma que eso reduce el número de agentes a la mitad. Trabajan seis días y descansan tres. Eso reduce las disponibilidades. Ahora, por ejemplo, no está el cabo. Viéndolos así, cualquiera dudaría, pero sí, sí tienen una pistola para cada uno... y uniformes completos. No disponen ni de carros, ni de motos, ni de caballos. Sólo de cuatro bicicletas que están todas arruinadas. Tienen un radio, sí, pero sólo la base, de forma que si a algún agente se le ocurre salir a patrullar, no puede pedir refuerzos si no tiene saldo en su celular y esa computadora que está en la esquina no es de la delegación, sino de uno de ellos. Le pido al agente Lemus que me muestre los libros de novedades y él pone sobre el escritorio un gran libro con anotaciones, mientras mira de reojo al caldero.
-¿Cuál fue el último caso en el que tuvieron que intervenir?
-Estos son los delit... discúlpeme. ¡Hey, se te olvidó ponerle...!
Se levanta de un brinco y corre hacia el interior de la delegación. Revisa las bolsas de su camisa de policía que está colgada sobre un mueble y extrae unos tesoros que pasa arrojando dentro de la pócima. “Je, je, je... es que a este se le había olvidado lo más importante: ¡el consomé!” Ahora sí comienza a hojear el libro.
En lo que va del año, esta fuerza policial ha realizado cinco “operativos” en San José Las Flores. Así es como el agente Lemus prefiere decirlo. En realidad se trata de cinco detenciones. En todo el año. Los delitos constan en este libro: el último reporte cuenta la historia de un hombre que, desesperado, tomó una motosierra y cortó... el cerco de un vecino. “Daños y desobediencia”. Otro señor se pasó de copas y los vecinos protestaron. “Perturbaciones”. Las vacas de un señor aplastaron un cerco y le comieron varias matas de maicillo a otro. “Daños”. Un hombre que no era del pueblo portaba un arma que no estaba registrada. “Tenencia y portación de arma de fuego”. Se presumía que alguien había asaltado a unas personas que iban de paso. El tipo fue absuelto. “Robo”. Fin de la historia. Nada más que contar. El agente Lemus cierra el libro y nos ponemos a conversar sobre la noche anterior, cuando él casi suma sexto y séptimo arrestados: con el fotógrafo y conmigo.
Desde hace algún tiempo un grupo de muchachos tiene inquieta a la comunidad: se visten con ropas flojas, usan pañuelos en la cabeza, o gorras de visera recta y escuchan todo el tiempo esa música... Se reúnen en las esquinas oscuras y fuman sin parar. Alarmados, los hombres del pueblo decidieron organizarse; formaron cuadrillas, tomaron machetes y todas las noches recorren el lugar de punta a punta, husmeando entre los rincones, alumbrando las sombras, sospechando. Todos los hombres de San José Las Flores saben qué día les toca hacer guardia, pero si a alguno se le olvida, Félix, el alcalde, manda gente a sus casas a recordárselos, cuando no va él mismo. Anoche se reunieron unos ocho tipos frente al puesto de policía. El alcalde les repartió radios y las rutas de patrullaje y todos asumieron la misión con mística marcial.
Los jóvenes de pañuelos en la cabeza estaban en aquella esquina oscura, fumando y oyendo hip-hop en los parlantes de un teléfono celular. Pusieron cara de expectación cuando vieron llegar al grupo de patrulleros, entre ellos el alcalde Félix.
-¡Hola, muchachos!
-¡Hola, don Félix!
-Deberían irse a dormir ya, que mañana tienen que trabajar.
-Sí, sí, si a nosotros no nos gusta desvelarnos.
Félix les dio una palmada a cada uno y se despidió riendo. Cuando se había alejado una cuadra, con su grupo de hombres, dos policías pasaron también saludando a los muchachos, solo que con maneras un tanto menos amistosas. Los cuatro jóvenes tenían las manos sobre la nuca y las piernas separadas, mientras un agente los revisaba de pies a cabeza. Cuanto terminaron con los muchachos siguieron con el fotógrafo de esta historia y luego conmigo. El agente Lemus me hizo abrir el vehículo para realizarle una inspección, hasta que Félix llegó al rescate. “Es que no los conocíamos”, explicó el policía. En este lugar, lo desconocido es materia de sospecha.
Los vigilantes particulares recorren las calles del pueblo buscando algo, sin saber bien qué. Algunas veces, los agentes policiales de turno acompañan algunos tramos del recorrido, algunas veces no. Algunas noches, asegura Félix, incluso montan retenes para detener y revisar los vehículos que atraviesen el municipio. Algunas veces con los policías y otras no. ¿Si tienen derecho a hacerlo? Depende: el agente Lemus cree que no. Y a llos les importa poco lo que piense el agente Lemus.
El pueblo entero cayó en un letargo sincronizado, las puertas se habían comenzado a cerrar hacía algún tiempo. Parecía noche profunda, aunque no eran ni las 10. Los muchachos de la esquina desaparecieron y en San José Las Flores sólo se escuchaban los murmullos de los patrulleros y de los perros que los advertían. Alguien llamó a mi celular para contarme que en Soyapango alguien le había quitado la vida a un colega francés. A Christian Poveda, me dijeron, le han pegado tiros en la cara y está muerto. Me pareció una noticia como venida de tan lejos, como desde El Salvador. La patrulla ya había desaparecido al doblar en un callejón. Todo estaba oscuro y en silencio.
El agente Lemus cierra el libro de novedades y pregunta con los ojos si hay algo más que me interese saber.
-¿Por qué, agente, aquí la gente no se mata? -Algo tiene que saber. Él pasó un buen tiempo destacado en la delegación policial del centro de San Salvador y algo diferente supongo que distinguirán sus ojos.
-Mire, aquí no hay maras, esos cipotes son imitadores... dicen que a veces fuman marihuana. La verdad, aquí se vive mejor. Quizá es porque esta gente ya está cansada de tanta violencia.
Misión cumplida. Sobre la pequeña hornilla de gas, la sopa parece estar ya lista.
“¿Qué tenemos para hoy, mi amor?”
Estoy sentado en la acera conversando con Mario, un campesino hippie y trovador. Un muchacho de pelo largo, capaz de recordar cada acorde de cada canción de Silvio Rodríguez. Estamos analizando la situación. Me cuenta que hace pocos días su padre fue demandado por un vecino ante el juez de paz del pueblo. Unas vacas propiedad del señor habían destrozado el cerco de otro a quien llaman Beto y le comió unas matas de maicillo. En compensación, Beto pedía 60 dólares. Una fortuna.
Al final, el demandante abandonó la causa, luego de escuchar el sermón del juez. Mario se ríe y hace una imitación frunciendo los ojos, y juntando las manos, como un cura dando misa y buscando la voz de un viejo: “Nooo, don Betillo, los animalitos no entienden de cercos y donde ven una hojita verde para ahí agarran...”. Y Mario se desternilla de la risa, celebrando su propia gracia. “Agarrá por aquel camino, ahí está el juzgado, o si no, lo vas a encontrar tomándose una coca cola en la tienda de la par. Es un maitrito así, chiquito...”
El juzgado de paz es la última casa en una de las salidas del casco urbano. La calle que pasa frente a él está tan descascarada, que hay que tener algo de imaginación para comprender que es una de las calles pavimentadas del pueblo. Los vecinos del juzgado son unas matas de huerta insertas en una breña indescifrable y una pequeña tiendita donde una señora está ahora mismo metiendo trocitos de cemita en bolsas plásticas. Sobre un refrigerador blanco hay un televisor encendido con imágenes de un hombre tatuado de la cara. En Nicaragua han agarrado al “13”, un marero salvadoreño al que las autoridades de seguridad anteriores responsabilizaban del incremento de los homicidios. La señora sigue embolsando cemita y yo paso de largo hasta la oficina que representa al poder judicial en este pueblo.
-Buenas. Quería hacer una cita con el señor juez.
-Soy yo, pase adelante.
-¿Podemos platicar ahorita?
-Claro que sí, pase, por favor, estamos a la orden.
Su señoría, Ramón Alfonso Reyes Rivas, es de una amabilidad histriónica. Pequeño pero macizo, como un tambo de gas. También descubrí que Mario, el trovador, es un excelente imitador. Es difícil encasillarlo, su estilo es una mezcla del hermano Toby con Dagoberto Gutiérrez. En su oficina hay dos grandes ventiladores, que enciende de inmediato para evitar que el calor nos aplaste. Tiene además en el juzgado algo que es realmente exótico por estos lados: un ex candidato arenero para la alcaldía del pueblo. Es su ayudante. Por supuesto, en medio del corredor rojo de Chalatenango, el tipo no obtuvo más votos que los que emitieron los cuidadores de urnas areneros y él mismo. Digamos que su participación política no le granjeó precisamente la admiración de los ciudadanos del pueblo. Ahora es un tipo más bien tímido.
-Señor juez, ando intentando averiguar por qué aquí no hay homicidios. -El hombre se echa para atrás y mira al cielo, como anunciando que va a regalarnos una reflexión.
-Ciertamente, el delito de homicidio no se da aquí y a veces yo también me hago esa pregunta... y me alegro por ello, porque es uno de los delitos más lamentables que se pueden cometer... y las familias...
-¿Pero por qué cree usted que aquí no ocurre eso?
-Mire, hay varias causas, una de ellas es el saludo. ¡El saludo es importantísimo! Y aquí la gente siempre se saluda, cuando se encuentran en una calle se saludan por su nombre.
Un año después de terminada la guerra, un hombre llamado Tomás estaba borracho y muy bien entrenado. Tomó su corvo por razones que nadie conoce y le abrió el cuello a una mujer de lado a lado, cerca de la quebrada donde la gente lleva a abrevar a las yeguas. La mató. Ese fue el último día en el que alguien de esta comunidad derramó sangre de otro ser humano y el último también en el que alguien de acá murió asesinado. Pero este caso, ocurrido en 1993, no lo juzgó el juez Reyes. Él llegó en 2002 a impartir justicia... con la ley o con su prodigioso verbo. Aconseja, recomienda, propone... A veces un problema son las vacas, por su eterno desacuerdo con los cercos y su perspectiva comunista de las matas comestibles. Entonces al juez le toca ponerle precio a cada mata y a cada mazorca para que las partes lleguen a arreglos. La extensión de los terrenos es otro problema: cuando un vecino cree que el cerco del vecino está más acá de ese árbol que toda la vida ha sido suyo... entonces van a ver al juez. Otra vez, un señor muy mayor había acusado a otro de “hurto agravado”, aunque en realidad el viejo llegó al juzgado a denunciar que un fulano se le había metido a la casa y le había “seriado” sus cosas. El juez le explicó que en primer lugar se necesitan testigos, que luego era de noche y sería difícil que él lo hubiera podido reconocer, y tercero, que no le habían robado nada. En todo el tiempo que ha estado acá, sólo ha enviado a un tipo a prisión: cuatro meses, por violencia intrafamiliar. “Violencia sicológica”, para ser precisos.
-Me da mucha satisfacción no haber tenido, hasta este día, la necesidad de enfrentarme a ese tipo de delitos...
-Pero si en las comunidades vecinas, como Guarjila y Los Ranchos, ya ha habido homicidios y ya hay clicas de maras, ¿por qué aquí no?
-Por las medidas que la misma población ha tomado y entre esas medidas están las reuniones que tienen como junta directiva y establecen un diálogo permanente entre ellos. En lo personal creo que ese es el motivo: porque todo lo arreglan de forma pacífica. Aquí ocurre esa comunicación entre la población y sus autoridades. Ahora, ¿por qué en las comunidades vecinas, como Guarjila y Los Ranchos ya pasa y aquí no?... Eso no lo sé.
Ramón Reyes no es ingenuo. Conoce más que este oasis de paz. Sabe que sus colegas en otros lugares lo pasan mal y que él es un privilegiado. Sabe que lo normal es que la gente, cuando se encuentra en una calle no se saluda por su nombre, se tienen miedo, agachan la mirada, desconfían. Él mismo vive en un lugar así. Todos los fines de semana el juez deja San José Las Flores, uno de los ocho municipios con cero homicidios que aún quedan, y va a su casa, en Soyapango, el municipio que, entre los 262 que componen El Salvador, es el tercero con más asesinatos.
-¿Y hay muchos casos que tiene que atender?
-Sí, son como dos o tres conciliatorios por semana
-Señor juez: ¿de cuánto es la mora judicial aquí?
-No hay, no existe.
-Cuando terminemos esta entrevista, ¿qué va a hacer?
Salimos de su despacho y nos encontramos con una mujer flaca que es su secretaria. Se dirige a ella, como lo hace con todas las mujeres:
-¿Qué tenemos para hoy, mi amor?
-Mmm... -vacila ella, como alistándose a hacer un inventario mental-. Nada.
-Ok. Entonces vámonos a almorzar.
El poder de Las Flores
La plaza central de San José Las Flores en el núcleo de las relaciones sociales del pueblo. Cuando cae la tarde, la cancha de baloncesto es una algarabía de niños en sus bicicletas, casino sin apuestas para los viejos y escenario del ritual de cortejo adolescente. Junto a la cancha hay un elegante quiosco circular con techo de teja, y bajo esa sombra siempre se verá a un grupo de hombres jugando a las cartas. Cuando tienen una buena mano las azotan contra la mesa, y profieren un insulto para todos y para nadie, como los machos. Alguien ha colgado una hamaca pública entre dos árboles y siempre alguno se balancea viendo jugar a los viejos y comentando la partida.
-Hola, ¿cómo está? -le dice ella, abusando de la coquetería, al muchacho que está sentado en la acera. Y él responde:
-Bien, aquí viendo pasar a las bichas bonitas.
Y ella se va feliz, premiando el ingenio con su risa.
Este zocalito también tiene al menos dos lecciones sobre este pueblo que conviene saber leer. La primera tiene que ver con el talante de su gente. Durante la mañana, la plaza es una plancha de cemento hirviente. Todo a su alrededor se mueve leeento, leeento, como intentando no llamar la atención del sol, que a esta hora del día amenaza con bajar a raptarte el juicio. Solo algunos ancianos de sombrero caben en la sombra que el mediodía permite. El quiosco está custodiado por el Che Guevara, con mirada de piedra y boina mal esculpida. A un lado de las gradas de acceso hay un león de concreto que enseña los dientes; al otro, un tigre de gesto rabioso y, un poco más atrás, una fiera que muerde más duro: un lanzador de morteros de 120 milímetros, recuerdo de alguna batalla ganada. La semiótica del lugar no es difícil de descifrar: no te metas con nosotros.
La otra lección que nos da la plaza es quién manda aquí. Alrededor de este rectángulo se congregan los poderes del pueblo: los oficiales y los otros. En uno de los lados está la iglesia del pueblo, con sus santos. Justo del lado opuesto, está la alcaldía, pintada completa rojo y blanco, con sus pilares tallados con las siglas del partido. A otro costado, el local donde sesiona la junta directiva, y muy cerca de ahí, la casa de las hermanas de la Asunción. La corte está completa.
Antes de llegar al pueblo, me comuniqué con uno de los personajes que más respeto inspira en la comunidad: la hermana María Teresa García de la Racilla, a quien todos llaman “hermana Tere”, o simplemente “la monja”. Ella ha estado aquí desde la fundación de este lugar y me advirtió que tendría que exponer mis motivos a los representantes de la comunidad para obtener su visto bueno. Así que cuando llego al pueblo me están esperando.
Comparezco ante ellos. Ahí están el alcalde, el presidente de la junta directiva y los representantes de los lisiados, los jóvenes, la iglesia, los ex combatientes, la unidad de salud, la escuela... y la hermana Teresa. Les explico que el suyo es uno de los ocho municipios que quedan en el país libres de la epidemia de la muerte y que quiero entender por qué. Se miran llenos de orgullo y comienzan a aventurar ideas: Nelson, el director de la escuela, cree que tiene que ver con prevención.
-¿Y qué entiende por prevención, Nelson? -pregunto.
-¡Qué entendemos! -me corrige-. Si escolarizas a todos los niños, la escuela genera modelos.
Emilio, el presidente de la directiva, cree que tiene que ver con la historia:
-No se ha perdido el sueño de aquellos señores que vinieron aquí en la guerra. Desde que se repobló no hemos perdido el rumbo, hay una gran organización.
Todos asienten. Nelson recuerda que los municipios vecinos, con quienes compartieron organización y penurias, ya están en problemas:
-Si estamos rodeados, en Arcatao, en Los Ranchos, en Guarjila, se matan y ya hay maras... si aquí estamos rodeados.
Félix, el alcalde, lo que tiene son dudas: los otros municipios que están en la lista de libres de homicidios no se parecen a Las Flores: no tienen ni su historia, ni su nivel de organización. ¿Será acaso posible que la clave no esté ahí? Incluso hay uno que fue cuna de ¡areneros! No tengo alma para decirle que, de hecho, la mayoría de estos ocho municipios están gobernados por la derecha. Félix enciende un cigarrillo y otro más. ¿Será que hay más de una explicación? La monja cierra el debate:
-Bueno, eso es lo que el periodista va a intentar explicar.
Cambio de tema. Bueno, señores háblenme de ustedes. San José Las Flores está habitado por 3 mil 600 personas, divididas en siete cantones y seis caseríos. Tienen un instituto y una dependencia de la UCA que forma profesores. Desde su fundación, este municipio es ciudad hermana de Cambridge, que alberga a la Universidad de Harvard. Tiene poco más de 26 kilómetros cuadrados que, una vez terminó la guerra, fueron comprados por la comunidad. Aquí todo mundo tiene un lugar donde sembrar... bueno, casi todos, pero quienes no alcanzaron a escriturar tierra, pueden recurrir a las tierras comunales. ¿Y qué vale alquilar una parcela? Se miran extrañados. “Nada”, corean, como quien responde a un hijo tonto. “Si en parte la guerra la hicimos por la usura de la tierra”, explica el alcalde. Bueno, perdón, perdón. ¿Y qué empresas hay aquí? Hay un comedor, una sastrería, una carnicería, una cooperativa ganadera, otra de abejas, una granja de pollos, un turicentro, una panadería y una lechería. ¿Y de quién son? ¡Ay, el hijo tonto! “¡De la comunidad!”, vuelven a corear. Cuando hay festividades y hay que dar de comer a todo mundo, los de las vacas dan algunas; cuando hay que repartir pollo (porque hay un día de repartir pollo), pues los de la granja lo hacen. El comedor da empleo a algunas mujeres y vende casi al costo, para que los muchachos del instituto coman bien. El turicentro da empleo a los jóvenes y divierte a la comunidad; las ganancias son para sostener a los ancianos. Les llaman “grupos asociativos” y sirven para el beneficio de todos, para dar trabajo, para estar bien. ¿Qué más? Bueno, cuando unos jóvenes se casan, la comunidad les asigna un solar para que construyan su casa; hay un día comunitario donde se regala trabajo: ya sea para arreglar un camino, o para sembrar para quienes ya no pueden sembrar. Se almacena frijol para los ancianos. Si alguien está en apuros, si está pasando necesidad, la comunidad comparte lo que tiene con el vecino en aprietos. A sus miembros más débiles, el pueblo les echa la mano. Bueno. Esta junta directiva es una muy ocupada y hay otros puntos en agenda . Me despido y Félix sigue intrigado: ¿Qué será, cuál será la respuesta?... A ver qué encuentra el periodista.
La Marita Salvatruchita
En uno de los muros del comedor, alguien -nadie sabe decir exactamente quién- ha pintado una mano con los dedos índice y meñique alzados. Parece un Mickey Mouse venido a menos, triste y flaco, si no fuera porque el pintor se encargó de hacer explícito el mensaje que quería transmitir. A la par de la garra, está escrito: “MS”.
Todo comenzó hace varios años, cuando un par de familias tuvieron que dar refuguio en el pueblo a dos muchachos extraños, amenazados por alguna organización amenazante. Eran mareros. Estos muchachos comenzaron a caminar por el pueblo, con sus ropas raras, con su andar sobrado... y a conversar con los muchachos. A la comunidad no le hizo asomo de gracia y los dos se tuvieron que ir. Pero quedaron las semillas que sembraron y estas crecieron y tuvieron curiosidad y ahora caminan por el pueblo, con sus ropas raras, con su andar sobrado.
Están bien contados: son 14. Oficialmente los llaman “jóvenes en riesgo”, pero dependiendo del ambiente, pueden ser “los mareros” y el resto de muchachos del pueblo solo los menciona como “los vagos”. Son lumpen y hay que tenerlos muy bien controlados. La comunidad ha contratado un sicólogo para ellos y ya han sido los protagonistas de varias reuniones de la directiva. Son muchachos a los que hay que componer.
Están siempre en una esquina oscura, fumando como chimeneas, prodigándose empujones e, invariablemente, escuchando hip-hop. Donde están ellos suena siempre un aparato con esa música tartamuda, aunque sea en los diminutos parlantes de un celular, aunque tengan que juntar las cabezas para poder escucharla. Es su adicción. Pero lo que Félix, el alcalde, no entiende, lo que no consigue explicarse es por qué diablos andan amarradas las cabezas. ¿Por qué bajo las gorras usan esos trapos... por qué, por qué?
-Yo sé que si les digo que se quiten esas babosadas se las quitan ahí mismo, pero no lo quiero hacer - refunfuña.
Nadie sabe decir con exactitud qué es lo que les preocupa de este grupo de muchachos, más allá de que ven en ellos un riesgo a futuro. La policía dice que fuman marihuana y que temen que, a través de ellos, se infiltre el narcomenudeo en el lugar. La hermana Teresa menciona que el pueblo ya ha tenido que suspender sus fiestas anuales, porque los chicos se enfrascan en peleas y han llegado incluso a blandir un corvo. Félix -aparte de las fachas- cree que no quieren trabajar y teme que corrompan a otros muchachos. No han asaltado nunca a nadie, jamás se les ha descubierto vendiendo droga, no han agredido a ningún habitante del pueblo... pero es que esas pintas, y se emborrachan y fuman hierba y esa jerga...
Hace un año se les dio un solar para que sembraran frijoles en colectivo, se les proporcionó la semilla, el plaguicida, el abono y se asignó a alguien que les asesorara. Produjeron una cosecha de frijol, se repartieron las ganancias y nunca más volvieron a hacerlo. Se les ha empleado para que decoren los postes del pueblo y para que pinten la alcaldía, se les ha llevado a talleres de género, de masculinidades, los contratan como peones en la alcaldía -donde se les paga lo que se paga en el pueblo, 7.50 dólares al jornal-, pero los chicos no dan señales de cambio. Al menos no las que la comunidad quiere.
Luego está Erick, el sicólogo. Él habla con los muchachos en la Casa de la Cultura, los escucha, intercede por ellos ante la junta directiva y les da “arteterapia”. Él me ha convocado ahora a la reunión con los jóvenes en riesgo. Cuando me ve caminar a la Casa de la Cultura, Mario, el trovador, me grita. “¡Aaah! ¿A ver a ese vergo de bichos vagos vas?” Y se queda riendo en una tienda. Como la garra Mickey Mouse, la escena con la que me topo, asusta y da ternura. En un enorme equipo de sonido suena a tope un popurrí de hip hop: a “Gangster Paradise” le sucede la letra de “This is for la Raza” (“… ¿y sabes qué, loco? Yo soy muy malo...”). Hay un grupo de jóvenes en el salón. Uno lleva una camisa decorada con un homeboy, fumando un puro; otro lleva una camiseta deportiva con un enorme 13 en la espalda. Todos visten tumbado, algunos llevan gorras con visera recta, apenas depositada sobre la cabeza y van tocados con calcetines blancos subidos a todo lo que dan. La terapia que les da Erick consiste en enseñarles a pintar. Todo el salón lo han decorado estos personajes de aspecto temible: varios corazones flotando alrededor del mundo, depositados por la mano de Dios. Dentro de los corazones hay palabras como “amor”, “bondad”, “pasión”... y muchas, muchas flores (máximo símbolo del pueblo, claro). Erick me cuenta que el muchacho con camisa de homeboy es un excelente dibujante y que su especialidad son precisamente las flores con muchos pétalos. En los placazos de esta banda también aparecen monseñor Romero sonriente, y algunos lemas: “ama tu tierra”, “no a la minería” y el nada pandilleril “sí a la vida”.
En este mismo momento, al que todos señalan como el jefe, está dándole los últimos retoques a la manta que usará la parroquia. Vamos a reservarnos su nombre real y le llamaremos Ramiro. Es el mayor de todos: tiene 22 años y dice que alguna vez caminó con la Mara Salvatrucha, en alguno de los municipios de San Salvador. Pero que lo dejó. “Ellos te van dando su propia casaca y te van lavando el coco. A mí donde ya no me gustó fue cuando me dijeron que uno es soldado del barrio y que ya la vida de uno no vale nada y que uno va a tener que matar... sobre todo eso que la vida de uno no vale nada”. Es un campesino con las manos callosas, con las uñas sucias. Él lo reduce todo a esto: “A veces, en los bailes, uno bolo se agarra a trompadas con bichos de otros lados... ¡pero eso lo hace cualquier bolo, no quiere decir que uno sea de maras!”
Como todos los hombres, Ramiro era parte de las rondas de vigilancia civil, pero lo sacaron. Nadie lo quería en su turno. Y eso lo hace sentir profundamente humillado. Una vez, asegura que él estaba en medio de un pleito (en su versión, él sólo estaba respondiendo a una agresión) y Félix, el alcalde, lo amenazó en público.
-Es que los viejos siempre dicen cosas de la guerra, que ellos combatieron, y que son palomas... y esas mierdas. El alcalde una vez me dijo que él anduvo en la guerra y que no se tocaría los huevos para matarme.
-¿Vos perdiste a alguien en la guerra, Ramiro?
-Puta, a mi papá, a mis tíos...
-¿Por qué creés que no hay maras aquí?
-Porque aquí la gente esta... pues sí, han sido luchadores, han puesto este centro, juegos...
Están planeando un paseo. La comunidad le ha autorizado a Erick para que la noche siguiente acampen en el turicentro y ahora ellos mismos están estableciendo sus propias normas de conducta, que Erick anota en una pizarra: “no llevar guaro”; “cuidar el lenguaje”; “no pintarle la cara a los que se duerman”... Forman una algarabía y se arrebatan la palabra, como niños. El paseo les hace mucha ilusión.
-Ramiro: ¿y creés que aquí puede llegar a haber maras?
-¡No´ombre! Porque una mara no la puede formar un civil, sino alguien ya brincado, que lo manden. Y aquí no lo dejarán entrar estos maitros.
Félix
Este es su cuarto período consecutivo al frente de la alcaldía de Las Flores. Y a menos que el FMLN cambie sus estatutos, también es su último. Lo encuentro en el quiosco del pueblo jugando cartas con otros hombres, concentrado en su baraja. Lleva la camisa blanca apenas abotonada y no me voltea ni a ver hasta que termina la partida. En este lugar los horarios laborales y los libres son bastante relativos: se puede jugar cartas a las 3 de la tarde y organizar patrullas de vigilancia por la noche. De las autoridades se espera mucho y del alcalde aún más.
Como casi todos los fundadores de este pueblo, su alcalde estuvo metido hasta el copete dentro de la organización insurgente. Pero él dio sus pininos con las armas en el otro bando. Siendo muy joven, el ejército lo reclutó por la fuerza y terminó siendo asistente del coronel Ochoa Pérez. El chico era avispado, y el coronel decidió promoverlo: pase directo a la Guardia Nacional.
Con verde olivo oficial y luego usando polainas. Así le comenzó la guerra a Félix Lara. Hasta que le mataron al primer hermano, y luego a otro. Un día no volvió más de sus días francos. Desertó. Antes de que terminara la guerra, Félix le entregó a la revolución a ocho hermanos, a dos hijas y a su padre. La tierra que ahora gobierna está regada con sangre de su sangre. Pronto el movimiento insurgente descubrió que el muchacho era valioso. Sabía usar armas de guerra y se dedicó a entrenar campesinos para usarlas. Así terminó Félix la guerra: casi sin familia, siendo parte de un éxodo aterrado.
Creo que preferiría hablar afuera, para poder fumar. Pero no resisto la tentación de entrar al único lugar con aire acondicionado: la alcaldía. Entra con su camisa casi abierta por completo, y se sienta en el cubículo de una de las secretarias. Dentro, los funcionarios tienen una reunión lúdica. Me he perdido el chiste, pero veo sus efectos: las cuatro personas que quedan se desternillan de la risa.
Comienza contándome que está preocupado por recuperar el régimen disciplinario del pueblo, que se relajó un poco luego del triunfo de Mauricio Funes. Es que hubo tantas parrandas que al final las normas se perdieron un poco. Pero hace un mes se pusieron en labor de recuperarlas.
-Es que con tanta fiesta la gente se preguntaba: ¿¡Bueno, y aquí no hay alcalde pues!? -comenta.
Entonces tomó cartas en el asunto. Que no se diga que en este lugar el alcalde no tiene pantalones. En este pueblo hay reglas que nadie puede pasar por alto. “Nadie” aquí tiene un sentido bien literal. Las hay para casos excepcionales: por ejemplo, la comunidad decidió que, en su territorio, nadie permitiría a la empresa Martinique Minerals escarbara ni un hoyito, aunque tuviera todos los permisos legales. A los pocos vecinos que coquetearon con vender tierras a la minera, el pueblo los castigó volviéndolos parias, convirtiéndolos en non gratos, no dejándolos llegar al quiosco. En un lugar como este, eso es un escarmiento inimaginable. Castigo máximo. También hay reglas, me explica Félix, “para normar la vida social y la libertad de las personas”. Estoy a punto de hacer una pregunta ociosa. A estas alturas ya conozco la respuesta. Pero bueno, sé que la voy a formular al menos para efectos de grabación:
-¿Y quién hace esas normas, Félix?
-La comunidad.
La última de estas reglas es la que ordena a los hombres del pueblo hacer guardias nocturnas, y están las que consideran ya normas viejas: como la que prohíbe beber cerveza después de las 9 de la noche, o deambular por las calles pasadas las 10. O la que prohíbe vender en el pueblo cualquier tipo de licor. O la que establece que cuando una pareja se casa las propiedades de los cónyuges tienen que ser puestas a nombre de los dos. Y además aquí no se admite ninguna iglesia que no sea la católica. En todo el lugar sólo hay dos familias evangélicas, pero se les prohíbe celebrar cultos en sus casas.
-Es que durante la guerra, los únicos que estuvieron con nosotros fueron los curas y las hermanas de la Asunción... cuando los necesitábamos, no estaban, así que ahora no los queremos aquí -explica Félix, como quien pronuncia una cuestión obvia.
A cada norma rota se le corresponde una sanción. Las llaman “multas sociales”: así, el borracho escandaloso terminará limpiando el parque, o pintando una banca, o cortando el césped. O será un paria y tendrá que ver al suelo cuando se cruce con alguien.
Están también las reglas que buscan mantener firmes los principios y fresca la memoria: todos los 20 de junio, aniversario del día de la repoblación, matan algunas vacas y el pueblo entero tiene esa noche comida gratis. Ese día no hay fiesta, no hay discotecas ni payasos. Es una actividad seria. Los viejos recuerdan para las nuevas generaciones el origen de todo. Lo duro que fue el éxodo, las ruinas que encontraron y toda la sangre con que han regado estos montes. Todos los años, la historia del pueblo vuelve a ser narrada, para que no se olvide, para que herede. En Navidad, en cambio, la junta directiva reparte un pollo a cada hogar del pueblo, básicamente porque sí, porque es bueno regalar pollos. Y para los hombres mayores de 60 años y las mujeres de más de 55 hay algo especial: a los fieros guerreros de antaño el pueblo les da las gracias con una fiesta exclusiva: se tira la casa por la ventana, hay platillos especiales, atención completa, se destapa cerveza y -en este punto se ríe Félix, porque me está contando una travesura- corre también el aguardiente. San José Las Flores les dice con este gesto: gracias, patriarcas; bien hecho, héroes.
-¿Van a ser capaces de mantener la tradición, cuando la guerra sea algo lejano, Félix?
-Eso es lo que nos preocupa. Vamos a ver si los cipotes no pierden eso.
Cuando aparecieron en el pueblo unos muchachos con un inquietante aspecto, todos voltearon a ver a su alcalde y a este se le han ocurrido algunas soluciones.
-Si no me cree, lo llevo a verlos -me invita.
Nos subimos a mi carro para ir a buscar a las ovejas descarriadas. Félix me hizo parar frente a una vereda; bajamos del carro y nos internamos en ella. En realidad este camino no conduce a ninguna casa, sino a lugares de siembra.
-¿Esto es una necesidad real o es sólo para darles trabajo a estos muchachos?
-Nos resuelve dos cosas: cómo emplear a los cipotes emproblemados y abrir accesos a zonas agrícolas.
-¿Y cree que funcione?
-Me preocupa porque cualquiera va a pensar que nuestro esfuerzo es echar sal al agua, pero yo creo que se van a rehabilitar y a ser hombres de bien. Si no lo combatimos ahora que se puede hacer algo por ellos, puede que esto se vuelva inseguro.
Los encontramos -con todo y pañuelos y gorras de visera recta y calcetines blancos bien subidos- trepados en los árboles, cortando ramas, barriendo hojas. Limpiando el camino.
-No te vayás a caer de ahí.
-No, don Félix, aquí estoy bien agarrado.
Enciende un cigarrillo y los mira, satisfecho, sobándose el vientre, soltando humo. Me señala a un señor muy flaco y muy mayor que reparte instrucciones. Es el caporal.
-Félix: me dicen, con un gesto de respeto, que ese señor fue un gran guerrero, miembro de las fuerzas especiales de las FPL -le comento.
-En este pueblo, Carlitos, hay gente mala... ¡en el buen sentido! Gente entrenada, que sabe lo que es matar. Pero preferimos arreglarlo todo por las buenas, demasiados muertos vimos ya.
Cristiani estuvo en el Estado Mayor hasta después de asesinato de jesuitas
El juez de la Audiencia Nacional de España que procesa la demanda contra el ex presidente Alfredo Cristiani y 14 militares salvadoreños, conoció un documento desclasificado de la CIA que asegura que el ex gobernante estuvo reunido con la cúpula militar desde antes hasta después del asesinato de los sacerdotes jesuitas en 1989.
Alexis Henríquez
Madrid. Alrededor de las cero horas del 16 de noviembre de 1989, cuando un contingente militar rodeaba la Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas” (UCA), el entonces ministro de Defensa, el general Rafael Humberto Larios, convocó al entonces presidente de El Salvador, Alfredo Cristiani, a una reunión en las instalaciones del Estado Mayor Conjunto de la Fuerza Armada. El gobernante permaneció en el lugar hasta después del asesinato de los seis sacerdotes jesuitas dentro de la UCA, su ama de llaves y la hija de ésta.
Esa ubicación del ex presidente salvadoreño, a menos de un kilómetro del lugar del asesinato antes, durante y después del crimen, está registrada en uno de los documentos desclasificados de la Agencia Central de Inteligencia (CIA, por sus siglas en inglés) de los Estados Unidos, que fueron presentados este martes ante la Audiencia Nacional de España. Con ellos, dos organizaciones de defensa de los derechos humanos pretenden sustentar su acusación contra 14 militares salvadoreños y Cristiani, a quienes acusan de crímenes de lesa humanidad y encubrimiento.
El documento fue presentado el martes por Terry Karl, profesora de ciencias políticas de la Universidad de Stanford y experta en el caso del asesinato de los sacerdotes jesuitas, al juez Eloy Velasco, en Madrid. Karl participó en esta audiencia preliminar en calidad de experta, ante pedido de las dos organizaciones querellantes, la Asociación Pro Derechos Humanos de España (APDHE) y el Centro para la Justicia y la Rendición de Cuentas (CJA, por sus siglas en inglés).
Para los demandantes, el documento ayuda a entender que si el gobernante salvadoreño estuvo reunido con la cúpula militar desde antes y hasta después de los crímenes, debió estar enterado de lo que sucedía y por lo tanto no podía ignorar que el ejército salvadoreño había sido el responsable de los asesinatos. El gobierno salvadoreño se pasó los primeros días después de los homicidios acusando a la guerrilla del FMLN de haberlos perpetrado.
“Todo indica que, lógicamente, (Cristiani) tenía que saber (del asesinato), tenía que conocerlo y tenía que haberlo escuchado porque estaba a metros de la UCA. El alto mando actuó conjuntamente y no fue un hecho aislado y esporádico, sino que todos tenían conocimiento del hecho”, dijo Manuel Ollé Sesé, el abogado de la APDHE.
La muerte de los sacerdotes jesuitas y de las dos mujeres se produjo la madrugada del 16 de noviembre de 1989, en medio de una ofensiva militar guerrillera en la capital. El informe de la Comisión de la Verdad, que investigó este y otros crímenes ocurridos durante la guerra, determinó la responsabilidad de los militares en los asesinatos, y señaló que el entonces jefe del Estado Mayor, coronel René Emilio Ponce, dio la orden de matar a los religiosos.
La justicia salvadoreña nunca investigó a los posibles autores intelectuales, aunque llevó a juicio a una decena de militares de mediano y bajo rango, de los cuales encontró culpables a dos. Un año y medio después del veredicto, una Ley de amnistía dejó en la impunidad todos los crímenes ocurridos durante la guerra civil salvadoreña. Esa ley fue la excusa que tuvieron posteriormente los fiscales generales para rehusarse a investigar.
Cristiani ha planteado que la Ley de amnistía es lo que permitió a El Salvador transitar con relativa tranquilidad de la guerra a la paz, y que considera que no sería conveniente derogarla.
Cuando la causa fue presentada a la Audiencia Nacional en noviembre de 2008, esta incluía que el ex presidente también fuera juzgado por el delito de encubrimiento. Sin embargo, el juez Velasco dejó por fuera la acusación contra Cristiani cuando fue aceptada la causa, pero esta aún puede ser retomada en un futuro. “A la vista de los nuevos elementos estudiaremos las nuevas implicaciones que en su caso pudieran surgir contra Cristiani”, señaló Ollé.
Karl llegó a la Audiencia Nacional acompañada de dos de sus asistentes, cargadas con dos voluminosas carpetas que contenían alrededor de 12 mil documentos (700 de ellos recién desclasificados) y la investigación que ella misma ha realizado sobre el asesinato de los sacerdotes. “Esto es el resultado de 20 años de investigación en El Salvador, de hablar con la gente, haciendo entrevistas. Los documentos no lo dicen todo. Hay que hacer una investigación a fondo si se quiere romper la impunidad que todavía existe en El Salvador”, dijo la profesora de Stanford.
Aunque prefirió no comentar sobre sus declaraciones ante Velasco, dijo que para ella era un privilegio tener la oportunidad de contribuir a esta causa. "Es un honor estar frente a un juez que está prestando tanta atención a este crimen contra la humanidad”, dijo.
Las declaraciones de Karl, para los abogados de APDHE y CJA, vienen a corroborar el involucramiento del alto mando militar en el homicidio y el montaje del juicio que condenó a dos militares salvadoreños como autores materiales del crimen, la falta de garantías judiciales en el proceso y la obstaculización de las investigaciones.
Almudena Bernabéu, la abogada del CJA, explicó que los 12 mil documentos que llegaron ante el juez también contienen información de otra serie de reuniones que se celebraron tres días antes del asesinato de los jesuitas y en las que participaron no solo militares y el ex presidente Cristiani, sino que también civiles.
Esta última sería la reunión que, según la CIA, sostuvo el mayor Roberto d’Aubuisson con miembros de la dirección del partido Arena (Coena) para planificar el asesinato de los sacerdotes jesuitas, y la cual se describe en un cable desclasificado que el ex embajador de los Estados Unidos, William Walker, enviara al secretario de Estado de Estados Unidos, James Baker, en noviembre de 1989. El contenido de dicho documento fue revelado por El Faro el lunes 16 noviembre pasado. “Es interesante que fruto de la nueva desclasificación no queda duda del nivel de coordinación de los diferentes cuerpos del ejército y quiénes estuvieron. Fue un asesinato que duró tres días”, señaló Bernabéu.
La ronda de declaraciones continuará este jueves 26, con la comparecencia de los dos ex fiscales que llevaron el caso jesuitas: Henry Campos, hoy viceministro de Justicia y Seguridad Pública, y Sidney Blanco, magistrado de la Corte Suprema de Justicia. Para el día 30 se espera a Kate Doyle, analista del Archivo de Seguridad Nacional de la Universidad de George Washington y también especialista en el tema.
domingo, 22 de noviembre de 2009
viernes, 20 de noviembre de 2009
Martir José Ernesto Abrego, desaparecido
CEPAL: crisis arrastra a la pobreza a otros nueve millones en América Latina
La crisis internacional, que golpeó con fuerza a la mayoría de los países de América Latina, con una caída del PIB regional de 1,9% en 2009, arrastrará a la pobreza este año a otros nueve millones de latinoamericanos, informó este jueves la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL).
CEPAL
Cité Soleil en Puerto Príncipe, Haití, la mayior favela de Latinoamérica. La crisis internacional, que golpeó con fuerza a la mayoría de los países de América Latina, dejará otros nueve millones de pobres en América Latina en el 2009, informó este jueves la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL).
La crisis internacional, que golpeó con fuerza a la mayoría de los países de América Latina, con una caída del PIB regional de 1,9% en 2009, arrastrará a la pobreza este año a otros nueve millones de latinoamericanos, informó este jueves la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL).
En relación a 2008, la pobreza en la región se incrementará un 1,1%, mientras la indigencia lo hará en un 0,8%, para totalizar 189 millones de pobres (34,1% de la población), que incluye unos 76 millones de indigentes (13,7% de la población).
"Estas cifras indican un cambio en la tendencia de reducción de la pobreza que venía registrando la región", destaca la CEPAL en el documento Panorama Social de la Pobreza 2009, presentado este jueves en la sede de la organización dependiente de Naciones Unidas en Santiago.
Tras un período de bonanza que se extendió por seis años, América Latina cerrará 2009 con una caída en su PIB de 1,9%, jalonada por la crisis internacional que impactó sobre los indicadores de pobreza de la región, según la CEPAL.
"Los nueve millones de personas equivalen a casi un cuarto de la población que había superado la pobreza entre 2002 y 2008 (41 millones de personas), gracias al mayor crecimiento económico, la expansión del gasto social, el bono demográfico y las mejoras distributivas", según el estudio.
Pero el impacto de esta crisis sería menor al de años anteriores gracias a la mayor predisposición de los gobiernos para apoyar medidas monetarias y fiscales, y al incremento sostenido del gasto social, aunque obligará a replantear algunos programas sociales.
"Este aumento de la pobreza nos obliga a actuar: debemos replantear los programas de protección social", dijo la mexicana Alicia Bárcena, secretaria ejecutiva de CEPAL, al presentar el informe.
Bárcena recomendó a los gobiernos "aportar a la siguiente generación y no a la siguiente elección" (presidencial), instándolos a realizar políticas sociales de largo plazo.
El aumento proyectado en la pobreza para 2009 retrasará el cumplimiento del primer Objetivo de Desarrollo del Milenio (erradicar la pobreza extrema y el hambre para 2015): de 85% de avance que registraba la región en esta materia en 2008 se caería a 78% en 2009.
La pobreza en la región golpeará con más fuerza a mujeres y niños, mientras se espera que México sea el país más afectado.
De acuerdo a la CEPAL, el indicador de pobreza es 1,7 veces más alto en menores de 15 años que en adultos (mayormente en Argentina, Brasil y Panamá) y 1,15 veces mayor en mujeres que en hombres (especialmente en Panamá, Costa Rica y República Dominicana).
Asimismo, la exposición a la pobreza de las mujeres es más alta que la de los hombres en todos los países de la región y es notoriamente mayor en Panamá (1,37 veces), Costa Rica (1,30), República Dominicana (1,25), Chile (1,24) y Uruguay (1,21.
"Urge aplicar políticas de largo plazo dirigidas a los niños y jóvenes, quienes son los futuros motores productivos de la sociedad, y facilitar la inserción laboral de las mujeres para que no se siga perpetuando el círculo de la pobreza", alentó Bárcena.
En este sentido, la CEPAL recomendó ampliar la matrícula y cobertura escolar de los niños menores de cinco años, extender las jornadas escolares y castigar la discriminación de las mujeres en el mercado laboral, entre otras medidas.
Se espera que México sea uno de los países que experimente incrementos en sus niveles de pobreza, debido a la reducción del PIB y al deterioro de la situación de empleo y salarios.
La pobreza y la indigencia se miden en base a la capacidad de cubrir una canasta básica de bienes y servicios. Los pobres sólo alcanzan a cubrir algunas necesidades de la canasta, mientras a los indigentes sólo les alcanza para satisfacer sus requerimientos nutricionales.
miércoles, 18 de noviembre de 2009
lunes, 16 de noviembre de 2009
EUA vinculó a D´Aubuisson con el asesinato de los jesuitas
Un cable secreto remitido por el embajador de Estados Unidos en El Salvador en noviembre de 1989 al Departamento de Estado, decía que hubo una reunión de dirigentes del partido Arena en la que posiblemente se originó el complot para matar a los sacerdotes jesuitas. Según el memorando desclasificado, el embajador William Walker creía que el asesinato fue la ejecución de una orden del mayor Roberto d´Aubuisson.
Diego Murcia y Ricardo Vaquerano / Fotos: Frederick Meza
cartas@elfaro.net
Publicada el 16 de noviembre de 2009 - El Faro
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Cientos de personas se congregaron el fin de semana en las instalaciones de la UCA para conmemorar los 20 años del asesinato de los sacerdotes jesuitas y para reclamar justicia, ya que el crimen está impune. |
Hace 20 años, cuando la capital salvadoreña estaba asediada por una ofensiva militar de la guerrilla del FMLN, el secretario de Estado de Estados Unidos, James Baker, recibió en Washington un cable procedente de El Salvador. El documento llegaba marginado con dos términos que hablaban sobre lo delicado del asunto: “secret” y “nodis”, y en el espacio “subject” detallaba el asunto del que trataba: “Ellacuria assassination”. La información que trasladaba era tan grave que el remitente se atrevía a vaticinar que para el gobierno estadounidense venían días difíciles.
El memorando, fechado solo “nov 89” y firmado por William Walker, embajador estadounidense en El Salvador, contenía información sobre el asesinato de los seis sacerdotes jesuitas ocurrido el día 16. En él, lo que Walker contaba a Baker era que tenía información sobre una conspiración de los más extremistas dirigentes del partido Arena para acabar con los religiosos que dirigían la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA).
Hasta entonces, Estados Unidos había sido un firme aliado de los gobiernos salvadoreños que luchaban contra la guerrilla del FMLN desde 1980, y el posible involucramiento de su socio en el teatro de la guerra fría podía poner en aprietos al gobierno de George Bush padre. Por eso el documento tenía las clasificaciones de “secret” y “nodis” (no distribution).
Según Walker -quien no detallaba las fuentes-, un día antes del múltiple asesinato hubo una reunión de los dirigentes del partido Arena en la que se habló sobre los sacerdotes. Después de un sumario de dos párrafos, el cable iba al grano: “La información que se nos ha proporcionado nos conduce a una inquietante conclusión: los asesinatos del padre Ellacuría y sus siete compañeros pueden ser rastreados hasta una discusión la tarde del 15 de noviembre entre Roberto D´Aubuisson y sus seguidores más fanáticos dentro del Coena”.
El documento no precisa quiénes habrán sido los seguidores más fanáticos de D´Aubuisson, pero sí deja claro que Walker consideraba que el fundador del partido tenía que ver con el crimen. “Si la conversación ocurrió como se nos reportó, de entre un grupo de doce participantes, uno o más de ellos decidieron ejecutar la orden implícita del mayor (Roberto d´Aubuisson) de limpiar el nido de subversivos en la UCA. Nosotros y el régimen de Cristiani tendremos tiempos muy difíciles por delante”, vaticinaba el diplomático estadounidense en aquella comunicación.
Estados Unidos, efectivamente, se había convertido durante la guerra en un socio fundamental para el gobierno salvadoreño en su lucha por neutralizar la guerrilla auspiciada por Cuba. Sin embargo, el hecho de que el asesinato de los jesuitas hubiera ocurrido a manos de personal del mismo gobierno respaldado por Washington, ponía en aprietos a la administración Bush, porque el Congreso podía demandar que se cortara la ayuda. En eso pensaba Walker cuando se refería a los tiempos difíciles que vislumbraba, “sobre todo por la enorme amenaza que la participación de los líderes de Arena representa para los esfuerzos realizados por el gobierno de Estados Unidos y el de El Salvador, durante los últimos nueve años”.
El informe de Walker a Baker, de cinco páginas, forma parte de los aproximadamente mil 200 folios desclasificados durante el gobierno de Bill Clinton relacionados con la guerra en El Salvador. Dichos documentos registran las comunicaciones que intercambiaban la embajada de Estados Unidos en El Salvador y Washington, y sobre el asesinato de los sacerdotes jesuitas hay nueve tomos de información.
Walker estaba llamado a convertirse en protagonista de los últimos años de la guerra y de los primeros días de la paz salvadoreña, con una actuación que no pocas veces lo hizo blanco de críticas de los sectores de extrema derecha de El Salvador, que lo consideraban condescendiente con la guerrilla.
Hasta ahora, cuando se ha hablado de posibles autores intelectuales, ha habido dos versiones: una, que se basa en lo que hizo la justicia salvadoreña, y es que solo hubo autores materiales, pues nunca hubo una línea de investigación sobre posibles homicidas intelectuales. La otra es la que registró el informe de la Comisión de la Verdad, en 1993, que involucró a una docena de militares del más alto rango, incluyendo al entonces coronel René Emilio Ponce, quien era jefe del Estado Mayor cuando ocurrieron los crímenes.
En ese documento de 1989, sin embargo, Estados Unidos ya analizaba la posibilidad de que la dirección del partido que por primera vez acababa de ganar la elección presidencial estuviera detrás del asesinato de los seis sacerdotes, de una colaboradora y la hija de esta.
El embajador reconocía que no podía aportar pruebas sobre la vinculación de la cúpula arenera con el asesinato. Sin embargo, sus reiteradas alusiones al posible involucramiento de D´Aubuisson y de la dirección del partido Arena, daban a entender algún grado de convicción. Tanta certeza tenía sobre la veracidad de esa versión que se animó a proponer una acción inmediata: “Debemos asegurarnos de que Fredy Cristiani afronte el asunto. Si lo manejamos bien, y si Cristiani puede superar lo que admito es una prueba muy severa de su coraje político, él y nosotros podríamos salir airosos y fortalecernos respecto de esta variedad particular de extremistas”, apuntó el diplomático.
Esos días eran de intensos cambios en el mundo, porque el sistema que había tejido la Unión Soviética para oponerse a Estados Unidos estaba desmoronándose. La guerra fría estaba a punto de acabar e incluso el apoyo del bloque soviético a la guerrilla del FMLN iba a empezar a decaer paulatinamente. En Estados Unidos, El Salvador había sido una especie de barrera contra el comunismo y, en ese afán, Washington había invertido unos mil millones de dólares en ayuda militar entre 1980 y 1991.
“Los mártires nos llaman a la liberación”, era la consigna de este año. |
Entonces, lo que menos quería la administración Bush era que un error de último momento volviera a poner las cosas difíciles en su relación con el régimen salvadoreño. El Congreso podría exigir que se suspendiera toda ayuda al país centroamericano y que se le convirtiera en una especie de paria por el crimen de los religiosos. “Si los elementos dentro del mando de su partido son capaces de una acción tan bárbara e increíblemente estúpida y si el origen de esa acción se derivó de la discusión entre un grupo tan importante de conspiradores creo que Cristiani debe saber ya o descubrirá pronto esta terrible verdad”, comentaba Walker sus reflexiones.
El gobierno de Cristiani, apurado, al principio aseguró que un comando del FMLN había sido el responsable de los homicidios, pero con los días, el mundo supo la verdad. Una decena de militares de distinta graduación fue a juicio, aunque las investigaciones nunca apuntaron a buscar a quienes habían planeado u ordenado el asesinato.
El crimen puso en máximos aprietos al régimen, asediado ya por la primera ofensiva militar de la guerrilla en San Salvador y en otras ciudades del país.
Sorprendida, la Fuerza Armada diseñó una serie de operativos de resguardo de las instalaciones militares principales en la capital, como el Estado Mayor. Por eso el coronel René Emilio Ponce reveló a la embajada de Estados Unidos que el 13 de noviembre, el batallón Atlacatl pasó bajo la dirección del Estado Mayor, que estaba en proceso de establecer zonas de operación en repuesta a los ataques de la guerrilla. La comandancia del Atlacatl fue dada al coronel Guillermo Alfredo Benavides el día 14, dos días antes de los asesinatos.
El día 15, la UCA estaba rodeada por más de un centenar de soldados, y dentro de ella estaban el rector, Ignacio Ellacuría, y otros sacerdotes jesuitas. La madrugada del 16 de noviembre de 1989, un comando del ejército penetró y dio muerte a Ellacuría, a otros cinco sacerdotes, a una empleada y a la hija de esta. Los hechores intentaron sembrar pistas falsas para involucrar al FMLN.
Cuando amaneció, el país y el mundo supieron la noticia. Entre ellos, el abogado Mauricio Eduardo Colorado. “Eran las 7:30, poco más o menos, cuando mi hijo se acerca a mí y me dice han matado a los jesuitas. Me fui para el despacho a informarme sobre los hechos. Yo tuve un doble impacto, porque había estudiado en el colegio externado San José, que era de los jesuitas, y mis profesores fueron el padre Montes y el padre López y López”, recuerda quien entonces tenía apenas siete meses de ser fiscal general.
Colorado debió ordenar el inicio de las investigaciones en un ambiente que hacía sumamente difícil su trabajo. Colorado había asumido el cargo en abril de ese año, después de que la guerrilla asesinó a su antecesor, Roberto García Alvarado, cuando le hizo estallar una bomba colocada en el techo de su camioneta blindada.
“Pasaron dos semanas sin que se lograra establecer con claridad una línea de investigación. Había cosas confusas: trataron de borrar pruebas, inducir otras causas. Pero, al final, con un recurso que yo en lo particular no estoy de acuerdo, se logró saber la verdad: se ofreció una recompensa por parte del gobierno con dinero de la embajada norteamericana, si mal no recuerdo. Pero dio resultado porque alguien fue y contó y después se verificó y resultó ser cierto”.
Esas pesquisas no llegaron ni hasta el coronel Ponce ni hasta Cristiani, a pesar de algunas versiones sobre su posible involucramiento. “Yo, en lo personal, pienso que el presidente Cristiani no estaba involucrado, porque de haberlo estado, también lo habría estado el embajador de Estados Unidos y posiblemente el Departamento de Estado de ese país”, dice Colorado.
En septiembre de 1991 se realizó un juicio a 14 militares, pero sólo fueron condenados el coronel Benavides, por la muerte de los seis jesuitas, y el teniente Yusshi Mendoza, por el asesinato de la empleada Elba Ramos y su hija Celina. Los demás imputados fueron absueltos.
El 23 de enero de 1992, el juez Ricardo Zamora condenó al coronel Benavides y al teniente Mendoza a 30 años de cárcel, pero 14 meses después, el 1 de abril de 1993, los dos militares fueron amnistiados y puestos en libertad cuando la Asamblea aprobó una Ley de Amnistía general impulsada por Cristiani.
No conformes con los resultado del juicio y la posterior absolución de los dos condenados, la UCA y el Instituto de Derechos Humanos de la UCA (IDHUCA) presentaron una querella criminal contra el ex presidente de El Salvador Alfredo Cristiani y altos militares salvadoreños por encubrimiento, pero la Corte Suprema de Justicia se negó a reabrir el caso. Entonces, en noviembre de 2003, la UCA y el IDHUCA decidieron presentar su caso a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos.
Cada una con su farolito, mujeres provenientes de Chalatenango esperan que la tradicional marcha de los farolitos avance. |
Ese juicio significó para Colorado una agria disputa con dos de sus manos derechas en el caso. Aunque considera que los culpables quedaron claramente señalados, admite la posibilidad de un vacío en la posible red de involucrados en el múltiple homicidio. “En la parte política de las cosas siempre hay aquello de que a lo mejor hay alguien más”, dice.
Y tras eso querían ir Henry Campos y Sidney Blanco, fiscales específicos que estaban en desacuerdo con la forma en que Colorado manejaba el caso. Ellos fueron los que, “en la parte política de las cosas” creían que había más personas involucradas.
Pero se toparon con sus jefes. “Los fiscales generales que conocieron en esa época del caso no solo no tenían interés por esclarecer a profundidad el hecho, sino que además tenían interés en contribuir a los límites que habían impuesto con obstaculizar e impedir cualquier ulterior investigación a otras responsabilidades arriba del coronel Benavides”, asegura Sidney Blanco, hoy magistrado de la Corte Suprema de Justicia.
Las diferencias de criterio eran tan profundas que Colorado llegó a pedirle a Blanco y a Campos que se tranquilizaran, que no se tomaran tan a pecho su trabajo, pues en aquella atmósfera de suma tensión era mejor no asomar mucho la cabeza. “El doctor prácticamente amenazaba a los fiscales con que no insistiéramos en la investigación. Nos decía: ‘Miren, los acusados son coroneles y estos no perdonan. Estos no olvidan. No son pollos a los que están acusando. Son coroneles. Yo les pido que se mantengan al margen y que dejen al juez hacer lo que él quiera’.”
Colorado insiste en que él lo único que intentaba era salvaguardar la integridad de sus fiscales. “No sabíamos quién era, pero el que había hecho la cosa era un hombre o era un grupo decidido a cualquier cosa. Yo sentía la responsabilidad de proteger a mi equipo de fiscales y les pedía que fueran discretos y que no fueran a exponerse. Eso es lo que ellos sentían que era como que yo no los dejaba actuar”.
Blanco y Campos estaban seguros de que Colorado no solo no tenía interés en profundizar en las investigaciones, sino que además mantenía un tipo de comunicación inadecuada con los militares, esos mismos que eran potenciales imputados. “El doctor llegaba a veces vestido de militar camuflado a la Fiscalía, con ametralladora. Se bajaba como dos cuadras antes de la oficina y como una persona con delirio de persecución andaba con una ametralladora apuntando a nada. Era un espectáculo. Salíamos a la puerta de la Fiscalía a verlo, porque era gracioso verlo aparecer. Ese era el fiscal de los militares y además a este señor se le vio participando de las defensas civiles patrióticas. Era la clase de fiscal general que había”, lamenta Blanco.
Colorado hoy trabaja como privado. En su oficina, en una pared, tiene como adorno un arma de fuego antigua. No niega su afición con las armas de fuego, pero aclara que la anécdota que recuerda Blanco tenía que ver con su sensación de inseguridad personal de aquellos días, sobre todo después de la muerte de García Alvarado. “Una vez llegué camuflado. Una vez. Cuando estaba la ofensiva final. Y no llegaba con un fusil, era una metralleta. Era la guerra, había que defenderse”, dice.
Y cuando Colorado les sugirió que se limitaran a hacer solo lo que el juez Zamora pidiera, los fiscales específicos supieron que no saldrían de nada. El descontento de los fiscales también era con el juez, cuyo trabajo criticaban. “El juez Zamora se convirtió en un juez soberbio y sumiso”, dice Blanco. “Soberbio, porque estaba aferrado en conducir la investigación en los límites impuestos y de ahí no podía sacarlo nadie. Era su meta, era su misión. Y sumiso, porque no vi en él la figura del juez ideal, independiente, transparente, imparcial...”
Zamora admite que esos días eran difíciles para realizar su trabajo, pero que, en todo caso, se trataba de limitaciones y no de irregularidades en el desempeño de su labor.
Esa era la situación que afrontaban los funcionarios destinados a averiguar responsabilidades materiales e intelectuales en la muerte de los jesuitas, cuando se acercó una fecha de esperanza: Mauricio Eduardo Colorado estaba por terminar su período y había que ver quién lo relevaba. En abril de 1990, Roberto Mendoza Jerez se hizo cargo de la Fiscalía. No pasó mucho tiempo para que Blanco y Campos se desencantaran y perdieran las esperanzas de que las cosas iban a mejorar con el nuevo fiscal. “Él llegó, incluso, a prohibirnos, expresamente, asistir a ciertas diligencias, a presentar escritos al juicio, a dar declaraciones a la prensa. Incluso intentó separararnos a Henry y a mí porque decía que nos dábamos apoyo mutuo para estar en el caso”, relata el magistrado.
El extremo se produjo cuando hubo una serie de diligencias fundamentales a las que ni siquiera se les invitó a participar, a pesar de que eran los investigadores principales. “Y qué decir cuando declaraban algunos jefes militares, cuado declaró el jefe de la comisión de hechos delictivos y obviamente cuando declaró el presidente Cristiani, que ni siquiera nos notificaron para que estuviéramos presentes”, lamenta Sidney Blanco.
La declaración de Cristiani a la que no fueron invitados los fiscales ocurrió el viernes 7 de septiembre de 1990, en la oficina del juez cuarto de lo penal Ricardo Zamora, y el embajador Walker estaba muy pendiente de eso. “Cristiani no incluyó importantes revelaciones” en su declaración, informó el diplomático en un cable enviado a Washington.
Cansados de luchar contra corriente, el 9 de enero de 1991, Sidney Blanco y Henry Campos convocaron a una conferencia de prensa internacional para anunciar su renuncia como fiscales del caso jesuitas. Campos explicó su decisión en términos similares a los que ahora recuerda Blanco: “Nosotros creímos en un inicio que la Fiscalía General haría en este caso tan delicado el papel que realmente le corresponde, el papel que la Constitución le obliga a desempeñar en un caso de tanta trascendencia. Poco a poco nos fuimos dando cuenta de que el interés de la Fiscalía, como institución, se había desviado a otros caminos... se nos comenzaron a cerrar espacios... incluso habíamos aceptado algunas limitaciones con tal de que se nos dejara colaborar o aportar algún esfuerzo... pero se nos limitaron las libertades para intervenir...”
Colorado atribuye la actitud de los fiscales a su novatez, cree que fueron impulsivos y que solo buscaban sobresalir para hacerse fama de buenos abogados penalistas.
Fama o no, Blanco se siente estafado por cómo ocurrieron las cosas. “Nos vieron la cara de tontos: los testigos mentían sistemáticamente, el Estado Mayor no colaboró eficazmente en la investigación, no proporcionó oportunamente la información. Los famosos libros de registros de la Escuela Militar se terminaron quemando...”
Esos libros de los que habla Blanco pudieron haber dado un giro radical a las investigaciones. La embajada de Estados Unidos en San Salvador y el Departamento de Estado lo percibían de esa manera, a juzgar por lo que les había dicho el juez Zamora. “En un conversación reciente, el juez Zamora relató que la primera vez que supo de la existencia de ciertos libros de registros de la Academia Militar fue por boca del teniente Yusshi Mendoza, uno de los sospechosos en el asesinato de los jesuitas. Mendoza testificó que él recibió órdenes del teniente coronel Camilo Hernández, entonces subdirector de la Escuela Militar, de quemar los libros una noche a principios de diciembre de 1989, a la medianoche. 16 libros fueron intencionalmente quemados, pero Zamora no sabía y había pedido una lista precisando lo que se había perdido. Él cree que los libros perdidos incluyen registros de traslados, registros de personal y registros de los movimientos del personal”.
Las investigaciones de los asesinatos nunca apuntaron a ampliar la esfera de involucrados más allá de los autores materiales. Cuando Walker informaba en noviembre de 2009 a James Baker del posible involucramiento de la dirección del partido Arena, lo hacía convencido de que era una terrible noticia, pero también que de eso podía sacarse algo positivo para depurar a su aliado salvadoreño.
El embajador cifraba sus esperanzas en un Cristiani aún novato en la presidencia, que se apoyaba en un partido comandado entonces por Armando Calderón Sol. “No puedo imaginarlo (a Cristiani) reaccionando sino con repugnancia cuando supo la muerte de Ellacuría”, decía el diplomático, quien no dejaba dudas sobre su convicción de la participación de dirigentes areneros en los crímenes. “Me reuniré de inmediato con el presidente y le diré que ha llegado el momento en que él escoja entre sus aliados políticos que están en contra de la democracia y aquellos que quieren construir un sistema democrático. Le diré al presidente que él y su gobierno pueden y deben, de una vez por todas, separarse de los responsables de esta barbarie.”
Al terminar la marcha, los visitantes se disponen a eschuchar la misa y a disfrutar el acto artístico. |
Walker aseguró a sus superiores que había casi plena certeza de la participación del partido de derechas en los homicidios. “Hay evidencia circunstancial corroborable de la complicidad del ala de derecha política (en los crímenes”, dijo. “Solo tengo una duda como para pedir una acción inmediata: la carencia de información más concreta sobre quiénes estaban en la reunión, quiénes pudieron haber ejecutado las instrucciones y cuál fue el mecanismo que se utilizó”, reseñó.
Al final, los crímenes terminaron en nada. Porque los dos únicos condenados como autores materiales quedaron perdonados por la Ley de amnistía de 1993, y porque nunca se indagó a los responsables intelectuales.
La historia, sin embargo, no ha terminado. En noviembre de 2008 fue presentada ante la Audiencia Nacional de España una querella contra 12 militares salvadoreños -incluido Ponce- y el ex presidente Cristiani por el asesinato de los jesuitas y las dos mujeres que murieron con ellos. A los militares se les acusa de haber participado en crímenes de lesa humanidad y al ex presidente Cristiani de encubrimiento.
Un año después, este mes, la Audiencia Nacional conocerá los testimonios de los dos ex fiscales del caso, Henry Campos y Sidney Blanco. La Audiencia Nacional también ha pedido el testimonio de Kate Doyle y Terry Karl. La primera para hablar sobre la autenticidad de los documentos desclasificados por el Departamento de Estado de Estados Unidos y la segunda para aportar una interpretación política de la guerra de El Salvador. Al juez que estuvo a cargo del juicio, Ricardo Zamora, también se le ha solicitado su testimonio, según el periódico La Vanguardia, de España.
También se llamó a testificar al ex fiscal general Belisario Artiga, al coronel Sigifredo Ochoa Pérez y al mayor Erick Buckland, del ejército de Estados Unidos, quien fue al parecer la primera fuente estadounidense en enterarse del involucramiento de militares salvadoreños en el crimen.
Según Almudena Bernabéu, una de las abogadas encargadas de presentar la querella en España, el ex presidente Alfredo Cristiani sigue siendo parte de esta querella como uno de los acusados. El juez de la causa se ha reservado la posibilidad de imputarlo más adelante, dependiendo de cómo se desarrolle el proceso. “Imputarlo significa incluirlo como querellado en el proceso y por lo tanto sujeto a los derechos como a la investigación”, asegura.
Hasta ahora ninguno de los emplazados ha nombrado a sus abogados.
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